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La compañía belga Peeping Tom repite en el Teatro Central con Vader (padre), un espectáculo que se inserta dentro de una trilogía en la que combina teatralidad y danza, con un sutil pero original virtuosismo poético entre los cuerpos.

 

No es la primera vez que la argentina Gabriela Carrizo y el francés Franck Chartier se detienen en la capital hispalense. En 2006 ya representaron Le salon y tres años después desplegaron en el Central un espectáculo de cinco horas –nunca antes representado por completo- con Le jardín, una trilogía sobre las rutinas diarias de pareja.

En esta ocasión, Peeping Tom indaga en la figura paterna y su reconocimiento como individuo. Si en su pieza posterior la figura de la mujer representa el interior del ser humano sostenido a través de un tono doliente y característico de Virgina Wolf, en esta obra la madre es la gran ausente. Sin embargo, el hijo – tercer fragmento de la trilogía- actúa como público observador, enfrentado a su propia condición de hombre.

Ocho bailarines e intérpretes forman parte de esta primera puesta en escena, trabajando de la mano con otros diez figurantes sevillanos. Estos, con edades comprendidas entre los cincuenta y sesenta años, e integrantes  del Centro de Participación de la Junta de Andalucía, accedieron a colaborar en el proceso de creación de Peeping Tom.

“Hemos dejado el mundo de los vivientes pero aún no hemos alcanzado el de los muertos”

Vader empieza con una impactante escena en la que un anciano es arrastrado por su hijo hacia los suburbios de una residencia. Franck Chartier indaga en el universo desconocido de un sótano de Bélgica donde ha sido trasladado un grupo de ancianos sin parientes. En esta intención por narrar lo que ocurre en el subsuelo de un asilo, varios ancianos se rebelan ante su propia conducta y el lado más humano aparece cuando se deshacen de la pesadez de los recuerdos materiales.

El alzheimer es mostrado como campo de batalla de unos personajes que, a través de la danza y el movimiento, lavan su vida de la forma más ligera, afectiva y humana. Un espectáculo que indaga en ese estado de consciencia entre la realidad y los sueños para alcanzar esa liberación emocional, donde ambos mundos paralelos están magistralmente puestos en escena por Chartier y Carrizo.

 “No están muertos, pero sí excluidos de la sociedad”, reflexiona Franck Chartier, quien quiso mostrar con este espectáculo un acercamiento hacia un sector de la sociedad que ha dejado de contar con un espacio de reflexión. Es por eso que recurre a bailarines de avanzada edad, huyendo así de los estereotipos marcados en la danza esteticista y la técnica convencional.

“Se trata de un contraste con diferentes cuerpos”, busca la unión entre la parte más pura y natural, la expresión del movimiento a través de la libertad ornamental.  De ahí que beba de la teatralidad física latente de Vandekeybus o la plasticidad portentosa de Sidi Larbi, dando lugar a un espectáculo tildado por la crítica como “emotivo, original y poético”, donde la atmósfera encierra un surrealismo particular no por ello carente de un soterrado estigma social.

Antes de continuar su paso por Andalucía, Peeping Tom estrena Vader en Sevilla los días 14 y 15 de noviembre, dentro del ciclo de danza que da sello propio al Teatro Central.