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La Bienal ha inaugurado hoy dos exposiciones dentro de sus actividades paralelas: ‘Cánidos, embrujo y duende’ y una colección con los 18 carteles anunciadores de la cita.

La línea gráfica que ha mostrado la Bienal desde sus inicios deja patente que el flamenco no tiene fronteras, que puede dialogar sin complejos con las otras artes y, que está impregnado como ellas de contemporaneidad.

Desde el primer cartel, elaborado por Joaquín Sáenz para la Bienal de 1980, hasta llegar al actual Rafael Canogar, el último de los artistas gráficos incorporados para trabajar la imagen de la XVIII Bienal de Flamenco, la lista de pintores y fotógrafos de renombre ha sido completada por: Francisco Moreno Galván, Manuel Ángeles Ortiz –fallecido en pleno proceso creativo, quedando como cartel definitivo uno de los bocetos- Emilio Sáenz, Rafael Alberti, Antonio Saura, Carlos Ortega, Juan Romero, Tato Olivas, Luis Gordillo –que abriría el nuevo milenio- Juan Suárez, Antonio Tápies –que trabajó para la Bienal del 25 aniversario- Carlos Saura, Ruvén Afanador, los artistas urbanos: Suso 33, San, Seleka y El Niño de las Pinturas, en obra conjunta y, Guillermo Pérez Villalta.

Los carteles de la Bienal muestran el acercamiento de los autores hacia el hecho flamenco. Clásicos e innovadores, incluso arriesgados, pero todos ellos intensos, emotivos y originales. Son muestra de la propia evolución histórica de este significativo acontecimiento que cada dos años, en años pares, muestra lo más selecto de la producción flamenca convirtiéndose, desde sus orígenes, en la muestra flamenca de referencia mundial.

Un paseo fugaz por toda la obra conjunta nos certifica la conexión sensorial entre el flamenco y las artes gráficas logrando mantener un discurso estético propio.

El flamenco es una manifestación cultural sugerente y rica en matices, su imagen gráfica participa de los mismos adjetivos. Cada obra ha ido generando su propio lenguaje, pero todas ellas han aportado una identidad bien definida a la Bienal. No dejan de ser experiencias creativas, vivencias interiorizadas personalísimas que desembocan en rúbricas gráficas de posibilidades estéticas infinitas. Es la propia historia de la Bienal de Flamenco hecha imágenes.