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Tras el éxtasis apoteósico del inicio y de la maratoniana jornada de tacón y zapatos de estreno, con tiritas en los talones nos apresuramos a disfrutar de uno de los días de la Semana Santa más reposados, donde la apoteosis se vive hacia adentro y donde el cofrade se reconcilia con sus excesos.

Hablamos en realidad de una jornada de contrastes, que define la semana que vivimos, con protagonismo para los barrios y el centro, como la noche y el día. Triana, San Pablo, el Tiro de Línea, el Postigo y una de las periferias céntricas como el barrio de Santiago pone la nota de color en un día que morirá con el lamento.

Los obreros se visten de capa desde San Pablo, la hermandad más joven de este día para demostrarle a Sevilla como las cornetas pueden revestirse de sobriedad desde las once y media de la mañana para gritar en el epicentro que se siente Cautivo y que saben hacerlo como nadie. Como la hermandad más joven del día, sus chicotás desprenden una hermosa frescura.

Es tarde de cautivos, de barrios que se sienten presos de su desdichado destino y quieren explotar de júbilo bajo el fervor de sus imágenes, tal como entienden la Semana Santa en el Tiro de Línea, donde la hermandad de Santa Genoveva lleva años haciendo un esfuerzo titánico para que su Cristo, que estrena la restauración de Fernando Aguado, enseñe el señorío de una de las zonas más desfavorecidas junto a la finura de Nuestra Señora de las Mercedes.

Cuando hablamos de barrios, no necesariamente hablamos de periferias, aludimos a identidades y eso es Santiago. Ubicado en pleno centro, pero con unos rasgos propios mientras sufre en sus carnes esa traición original que Sevilla juzga con la misma personalidad del barco caoba que luce esta hermandad. Después está ella para seducirnos con su mirada al compás de una flauta. Hablamos del Beso de Judas y del Rocío, lo que esta ciudad resume en un todo para vibrar en una plaza.

Personalidad, soberanía, o lo que es lo mismo, el barrio de León. Cuando la ciudad se llena de luz, a eso de las tres de la tarde, una cuadrilla de costaleros se calza sus zapatillas para abrillantar el asfalto con la gracia de la Triana pura, la de placitas y callejuelas con patios de vecino. Con permiso de Caifás, San Gonzalo sueña con abrazarse al poder de su Cristo Soberano y a la vida que despierta el manto inmaculado de la restaurada Virgen de la Salud. Allí en Sevilla los esperan, lo que ya se siente en Triana.

Pero la luz no es eterna. Cae la tarde, el sol brilla, pero se presume el final que ya se ve en San Andrés a las seis de la tarde. Santa Marta hiela los corazones con la máxima intensidad de un barroco desgarrador que narra el traslado de Jesucristo al Santo Sepulcro mientras la noche lo espera, porque es bajo la luz de la luna cuando el sonido aterrador de las campanas de una céntrica Parroquia nos recuerda la escasa vigencia de nuestra carne.

A golpe de suela y en escasos metros retrocedemos cinco siglos para ver una de las cofradías más antiguas de la Semana Santa. Del siglo XX, en el que se fundaron las cuatro anteriores hermandades, pasamos al XV, cuando se fijan los orígenes de la Vera-Cruz en uno de sus años más especiales. Francisco Berjano pregonó el Domingo de Pasión para toda la cristiandad y el Lunes Santo la Capilla del Dulce Nombre de Jesús abre sus puertas para contar un relato con rigor, que finalizó en la cruz y que da paso a las Tristezas de su Virgen, sin trompetas que apacigüen el descarnado llanto.

Y también está San Vicente, donde Jesús de Las Penas carga la cruz más elegante de la Semana Santa, de carey y plata, y mira a la derecha pidiendo clemencia, mientras su madre llora angustiada por los Dolores que le produce el sufrimiento de su hijo. El lamento no es tal sin los sones del Maestro Tejera y la metamorfosis del movimiento que Antonio Santiago sabe transformar en rezo. No pecarán si en las profundidades de la noche abrazan el manto de la Virgen y no lo abandonan hasta que un portazo resquebraje su emoción.

Aunque el orden es subjetivo, el último refugio de éxtasis lo encontrarán en el Postigo, donde las cornetas del Sol redimensionan en este amargo lunes la idea de la muerte y el final, pues desde la Capilla del Rosario se entiende de otra manera, tan dulce como poderosa, con la fuerza del Santísimo Cristo de Las Aguas y la delicadeza de la Virgen de Guadalupe, que llena de ilusión este día.

Pero todo acaba en la lucha, en la eterna contradicción entre la vida y la muerte que el Santísimo Cristo del Museo desprende en su última expiración, esa que nos define como pueblo que trabaja para salir a flote entre tanta desidia. Sin embargo, no hay nada más bello que el despertar de María Santísima de Las Aguas nos regala para recordarnos que todo no está perdida y que el Martes Santo habrá más esperanzas.

Recomendaciones de @MikeArco

– San Pablo, por la calle Venecia, donde los naranjos nos regalan estampas de encanto.

– Tanto la entrada como la salida del Beso de Judas son buenas opciones. Por la Plaza de San Leandro, poco antes de llegar a Santiago, también luce esta hermandad.

– Igualmente la entrada y salida de Santa Genoveva nos trae momentos de mucha emoción. Si elegimos el centro, la ida por el Postigo es el lugar ideal.

– Sin duda, la entrada de Santa Marta es uno de los momentos más sobrecogedores de la Semana Santa.

– Cualquier recoveco de Triana es bueno para disfrutar del poderío de San Gonzalo, así como la Capilla del Baratillo, donde el misterio y la Virgen de la Salud se recrean.

– Desde que la noche la acompaña la Vera-Cruz se encuentra con su escenario ideal. La calle Baños y la entrada en su Capilla son un magno ejemplo de sobriedad.

– La calle Francos y su discurrir desde que pisa Virgen de Buenos Libros hasta la Iglesia de San Vicente es imperdible. Recuerde que el Cristo mira hacia la derecha.

– En el barrio del Postigo Las Aguas disfruta de su esencia. Búsquela por Molviedra a la ida o por el mismísmo arco a la vuelta.

– Las chicotás de la Virgen de Las Aguas por Alemanes y el Santísimo Cristo del Museo por el andén del Ayuntamiento cerrarán una noche bastante plena.

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