Es la segunda entrega “cartelera”, tras la de nuestro primer premio nobel en ciencias, de esa docena que ya le adelanté existe en las fachadas de este edificio destinado al servicio de la Salud Pública en Sevilla. Le sitúo. Yendo por la calle Salesianos hacia la calle María Auxiliadora, y al comienzo de la esquina redondeada del edificio, nos topamos con el primero de los personajes relacionados con la ciencia, el médico y bacteriólogo polaco Paul Ehrlich (1854-1915), celebramos pues el centésimo septuagésimo (170.º) aniversario de su nacimiento. Ya desde los tiempos escolares el pequeño Paul se sintió atraído por los procesos de tinción de tejidos mediante sustancias colorantes, para su observación microscópica; una práctica que le enseñó su primo Karl Weigert (1845-1904) quien llegaría a ser un célebre patólogo y, ya en aquellos tiempos, poseía uno de los primeros microtomos: instrumento de corte que obtiene rebanadas muy finas de un material (secciones), por lo que es muy importante en microscopía al permitirnos preparar muestras para su observación, bien en el microscopio óptico o en el electrónico de transmisión.
Década años setenta del siglo decimonónico. Estudiante e internista
Un interés que el joven Paul conservó durante sus estudios médicos universitarios en los que -tras suspender muchos exámenes, repetir algún que otro curso, cambiar de instituciones y contar con la benevolencia de sus profesores- mal que bien iba aprobando las asignaturas. Mal estudiante, sin duda, pero al graduarse ya había diferenciado con sus tintes hasta cinco nuevas clases de células sanguíneas. O sea que algo tenía. El caso es que se llegó a doctorar en 1878 con una tesis sobre la teoría y práctica de la tinción histológica, y hasta fue nombrado ayudante de Friedrich Theodor von Frerichs (1819-1885), el famoso patólogo alemán, en la clínica de la Charité de Berlin. Eso sí, todo apunta que se debió a una confusión administrativa, ¿qué le parece? ¿tenía suerte? Y si como estudiante era malo, como ayudante médico fue peor aún pues llegaba a las visitas de los pacientes con la bata llena de manchas de las tinciones histopatológicas, lo que producía mala impresión, claro.
Y es que, como científico, lo único que le interesaba eran las aplicaciones clínicas de las tinciones, y por esta época ya se habían descubierto un buen número de colorantes químicos derivados de la anilina. De modo que se consideró oportuno retirarlo de las visitas asistenciales y “recluirlo” en el laboratorio, fuera de la vista de los pacientes, pero resulta que fue como salir de Málaga y entrar en Malagón. Como laborante era torpe, desordenado, descuidado incluso con muestras patológicas peligrosas, su mesa era un caos; en fin, lo dicho, Malagón, de hecho, cuando el ya entonces célebre médico y microbiólogo alemán Robert Koch (1843-1910) visitó Breslau, donde estudió Ehrlich, se lo presentaron como un magnífico “artista” mezclando colorantes, pero un nefasto estudiante. Qué quiere que le diga, ya sabe que estas cosas pasan.
Década años ochenta del siglo decimonónico. 1882
Pero Frerichsya se había percatado del talento científico del joven “artista” y decidió dejarlo trabajar por libre, en lo quisiera, fue cuando aplicó sus métodos a la hematología, coloreando con diferentes tintes preparaciones secas de sangre; una técnica que tuvo una rápida aplicación en la clínica pues se pudo diferenciar mucho mejor las distintas enfermedades de la sangre. También clasificó los glóbulos blancos en linfocitos y mielocitos o leucocitos, y estos en neutrófilos, basófilos y eosinófilos; estudió la leucemia, leucocitosis, linfocitosis y eosinofilia; y acuñó los conceptos demetacromasia y degeneración anémica. Ehrlich fue uno de los médicos que el 24 de marzo de 1882 asistió a la conferencia de Robert Koch sobre la tuberculosis en la que comunicó el descubrimiento de su agente causal, y naturalmente se sintió de lo más traído por lo que le pidió un cultivo para intentar teñir la bacteria, empleando para ello fucsina ácida.
Al hacerlo observó que el bacilo tuberculoso, una vez teñido, era la única bacteria que resistía a la decoloración con alcohol-ácido y para demostrarlo, tras teñir una preparación en anilina disuelta en agua, decoloró con ácido nítrico (HNO3) y tiñó con violeta de genciana. Funcionó. Ni que decirle que ese mismo año lo publicaba, pero la autoría le fue sustraída en 1885 por una pareja que estuvo al quite, tanto es así que en la actualidad se conoce como método de Zielh-Neelsen cuando debería llamarse método de Ehrlich; seguro que no ignora que estas cosas han pasado, pasan y pasarán mientras el hombre sea hombre. También desarrolló tinciones diferenciales en microbiología como la técnica Gram y estudió la diazoreacción para diagnosticar la fiebre tifoidea, que demostraba la presencia del urobilinógeno en la orina; al año siguiente ya se había introducido como práctica para la detección de bilirrubina en orina. (Continuará)
