(Continuación) Le decía la semana pasada, desde la tercera entrega relacionada con la cartujana y newtoniana vía, que no solo de ciencias escribió don Isaac, y esto es algo que sabemos en realidad desde no hace mucho, como lo lee, porque no fue hasta los años treinta del siglo pasado cuando salieron a la luz unos textos suyos relacionados con la alquimia y la teología.

“Fue el último de los magos…”

De su deriva alquímica ya hemos escrito si bien no le dije en su momento que fue el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946) -uno de los más influyentes del siglo XX y un gran bibliófilo, en especial de las ediciones originales de las obras de Newton– quien adquirió buena parte de esos manuscritos que aparecieron en una subasta londinense en julio de 1936. Tampoco le mencioné lo que escribió del polígrafo inglés: “Newton no fue el iniciador de la edad de la razón. Fue el último de los magos, el último babilonio y sumerio, la última gran mente que miró al mundo de lo visible y del intelecto con idénticos ojos que aquellos que iniciaron la edificación de nuestra herencia intelectual hace 10 000 años”. Dicho queda.

Y lo hizo por la ya comentada y particular visión de la alquimia, una vinculada a su interés por ir más allá de la inicial observación mecanicista de la naturaleza, estrictamente cartesiana, que todo lo reducía a materia y movimiento, una visión empeñada en añadir presencia espiritual al desarrollo de los fenómenos de la naturaleza. Un camino plagado de secretos y trampas que Newton emprende al estudiar el universo, y todo lo que hay en él, como si fuera un enigma teológico, un secreto que solo puede ser descifrado aplicando el pensamiento puro a determinadas y suspectas evidencias. En su opinión, las claves místicas que Dios ha dejado a la vista sobre el mundo, pero cuyo descubrimiento estaría reservado solo a unos escogidos hermanos, filósofos esotéricos. Física, ¡cuídate de la metafísica!

Prontuario protocientífico: Teología newtoniana

Aunque suene a paradoja, la mente científica más influyente de la humanidad fue, durante toda su vida, un hombre profundamente religioso. Hijo de padres puritanos y de fe arriana, creía en un único Dios Padre, su ideología antitrinitaria le causó no pocos problemas ya que estudiaba en el Trinity College y por tanto obligado a creer y defender la doctrina de la Santa Trinidad. Una religiosidad que ocupó gran parte de su actividad intelectual y vital (no es muy evidente para la inmensa mayoría de lectores que Newton dedicó a la alquimia y la exégesis mucho más tiempo que a la física o las matemáticas, o que su producción como científico se limitó tan solo a la etapa de juventud). De hecho, una revisión bibliográfica de todo lo que escribió revela que, de unas 3 600 000 palabras, solo 1 000 000 se dedicaron a las ciencias, mientras que 1 400 000 tuvieron que ver con la teología.

Mucho tiempo y energía que destinó a diversos estudios, entre ellos: la cronología de los reinos judíos o las profecías bíblicas, por ejemplo, calculó la fecha de la segunda venida de Cristo que, según él, no sería antes del 2060 por lo que aún estamos dentro de plazo, a saber quién estará aquí para entonces. También se interesó por la estructura del templo de Salomón y, naturalmente, estudió a fondo la Biblia para demostrar que en el texto original no había referencia alguna a la Trinidad, ya sabe, uno de los dogmas cristianos que él consideraba falso. Es más, llegó a la convicción de que sólo Dios padre tenía naturaleza divina, y no Jesucristo ni el Espíritu Santo. Precaución ¡Ah!, que no se me olvide, en su elevado afán, relacionó los estudios teológicos con los alquímicos llegando a la conclusión de que Moisés había sido alquimista. Caución. Bien, pero, ¿cómo casa su ciencia basada en mediciones y postulados de los fenómenos de la naturaleza, con su teología de lo natural?

Prontuario protocientífico: Escritos teológicos newtonianos

Sí, la teológica es, junto a la alquímica, otra de las caras ocultas de Newton. Por lo que podemos inferir para él ciencia y teología son cara y cruz de una misma moneda, una sola en la que Dios se revela, tanto en “el gran libro de la naturaleza” estudiado por la ciencia, como en la Biblia cuyo estudio compete a la teología. Y en ambos subyace la presunción de una existencia divina establecedora de leyes inexorables e inamovibles para el mundo, por lo que eran inseparables método científico y credulidad religiosa. Una que nuestro protagonista llevó casi hasta el límite cuando, al ser preguntado por la paradoja de las estrellas fijas según la cual si todos los cuerpos materiales se atraen, precisamente por su Ley de Gravitación Universal de 1687, ¿cómo es posible que hubiera estrellas que parecían estar fijas en el cielo, siendo también cuerpos materiales? No está nada mal la pregunta, claro que la respuesta no le fue a la zaga, y además, como no podía ser de otra forma, de naturaleza teológica: “Dios las mantiene en su sitio como un gigantesco atlante” ¿Qué me dice?

Por mi parte la respuesta vendrá en la siguiente entrega y relacionada con la universitaria institución del titular (US) que, en cierta manera, contiene unos vínculos newtonianos que quizás usted no se espere. Le dejo por ahora. He sido un niño pequeño que, jugando en la playa, encontraba de tarde en tarde un guijarro más fino o una concha más bonita de lo normal. El océano de la verdad se extendía, inexplorado, delante de mí. (Continuará)

Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)