(Continuación) Y otra que utiliza los ciclos anuales de temperatura, las denominadas estaciones meteorológicas empleadas en la ciencia de la meteorología (calle Meteorología), y aunque ambas dividen el año en cuatro estaciones -primavera, verano, otoño e invierno- y empiezan y terminan en los mismos meses, sus fechas de inicio y finalización son ligeramente diferentes, así como su duración. Mientras las estaciones meteorológicas empiezan siempre el mismo día, el 1 del mes correspondiente, las astronómicas lo hacen en fechas diferentes como ya sabe.

Así, en este siglo XXI y para el hemisferio norte (en el sur las estaciones van invertidas): el invierno meteorológico comienza el 1 de diciembre, en tanto el astronómico lo hace entre el 21 y el 22 de diciembre; la primavera meteorológica se inicia el 1 de marzo, a diferencia de la astronómica que tiene lugar hacia el 19-20 de marzo; el verano meteorológico arranca el 1 de junio entre tanto el astronómico lo hace entre el 20 y el 21 de junio; y el otoño meteorológico empieza el 1 de septiembre mientras el astronómico ocurre entre 22 y 23 de septiembre. Es decir, las estaciones meteorológicas se corresponden con meses completos: el invierno a diciembre, enero y febrero; la primavera a marzo, abril y mayo; el verano a junio, julio y agosto; y el otoño a septiembre, octubre y noviembre, durando cada estación entre 90 y 92 días. Unas características de lo más conveniente para según qué intereses.

¿Por qué se utilizan las estaciones meteorológicas?

Debido a que la Tierra en su movimiento de traslación alrededor del Sol tarda aproximadamente 365,2422 días terrestres, resulta imposible que un calendario de 365 días se sincronice con él, un desfase que se puede solventar añadiendo un día adicional cada cuatro años, creando lo que conocemos como año bisiesto. Sin embargo, esta medida no impide que año tras año varíe la fecha en la que se producen solsticios y equinoccios, haciendo que la duración de las estaciones astronómicas varíe entre 89 y 93 días. Una significativa variación en la duración e inicio de las temporadas, que hace difícil comparar sistemáticamente las estadísticas climatológicas de una temporada, en particular de un año a otro, y así fue como nacieron las estaciones meteorológicas.

Cuya mayor regularidad en duración (entre 90 y 92 días) e inicio (siempre el 1 del mes correspondiente) facilita los cálculos estadísticos de, por ejemplo, las variaciones de temperatura y los patrones climáticos, al realizar las estadísticas estacionales a partir de las estadísticas mensuales y que resultan muy útiles en la planificación de negocios, la agricultura y una variedad de otros ámbitos y propósitos humanos. Unas estaciones más estrechamente vinculadas a nuestro calendario civil mensual que las astronómicas y que agrupan meses que tienen una temperatura parecida; por eso los meteorólogos han optado por ellas a la hora de observar y predecir mejor los patrones climáticos de un año a otro, en lugar del momento exacto de la órbita de la Tierra.

¿Por qué y desde cuándo la Tierra tiene el eje de rotación inclinado un ángulo de 23,5 º?

Si según el físico relativista Albert Einstein (1879-1955) ‘Dios no juega a los dados con el universo’, naturalmente se refería al dios de Baruch Spinoza, cuál si no, sí parece que en un momento dado se puso a jugar al billar o a los bolos, porque según la “hipótesis del impacto gigante”, hace unos 4600 millones de años, cuando empezó a coger forma el Sistema solar, un supuesto planeta chocó con una por entonces primitiva Tierra. Y lo hizo con la violencia suficiente como para arrancar y expulsar de ambos cuerpos cósmicos muchos restos algunos de los cuales con el tiempo se fueron reuniendo y formando una luna o bien dos lunas que terminaron por fusionarse en la Luna. Desde entonces también el eje del planeta está inclinado un ángulo de 23,5 º y se mantiene así gracias a la presencia del satélite que orbita a su alrededor y posibilita la existencia de los dos tipos de estaciones, las astronómicas y las meteorológicas. Así que, para los intereses que nos traen, tenemos un tres por uno: hipotética formación de nuestro único satélite, inclinación de nuestro eje de rotación y existencia de estaciones.  

¿Y qué sabemos del hipotético planeta?

Para empezar tiene nombre de diosa, Tea, uno de los titanes que en la mitología griega era la madre de Selene, la diosa de la Luna, es decir, existe un paralelismo etimológico entre la ficción del mito y la realidad del fenómeno astronómico. Según la hipótesis del impacto gigante orbitaba alrededor del Sol, casi a lo largo de la órbita de la proto-Tierra, permaneciendo cerca de uno u otro de los dos puntos lagrangianos más estables del sistema Sol-Tierra, el L4 o el L5, y de los que existen cinco. Recordar que los puntos de Lagrange, puntos L o puntos de libración son las cinco posiciones en un sistema orbital donde un objeto pequeño, solo afectado por la gravedad, puede estar teóricamente estacionario respecto a dos objetos más grandes. Ya que hablamos del satélite y la estrella, ¿sabe si en la ciudad hay o ha habido calles con sus nombres? No vale para este caso la calle Sol de invierno que dedicamos al poema homónimo (1907), perteneciente a ‘Soledades, galerías y otros poemas’, y a su autor el sevillano Antonio Machado Ruiz. Ahí lo dejo.

Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)