Investigadores del Estudio. Pablo de Olavide.

La publicación en PNAS trata de indagar en cómo se formaron los dedos en los primeros vertebrados que conquistaron el medio terrestre. Un problema central y fascinante en biología evolutiva es tratar de entender cómo un cierto linaje de peces fue capaz de conquistar el medio terrestre hace más de 350 millones de años.

Estos primeros tetrápodos (del griego tetra- ‘cuatro’ y ‒́podo ‘pies’) constituyen los ancestros de todos los anfibios, reptiles, aves y mamíferos actuales, incluyendo, claro está, los humanos. Entre otros cambios, estos animales desarrollaron pulmones que les permitían extraer el oxígeno del aire y sus aletas, adaptadas a la natación, se transformaron en patas robustas que les permitieron caminar en el medio terrestre. Esta estructura de extremidad (brazo, antebrazo, muñeca y dedos), es la misma que podemos observar en el esqueleto humano. Pero, ¿de dónde vienen estos huesos, que no están presentes en los peces?

El trabajo publicado hoy en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), fruto de la experimentación en modelos animales como el pez medaka y el ratón, ha revelado que los mecanismos que usan las células de las aletas de los peces y de los dedos de mamíferos para dividirse son muy similares, a pesar de que estas estructuras son muy diferentes.

«En concreto, el número de dedos que se forman está bajo el control de la vía Shh-Gli3. Si disminuye la actividad de ésta, se forman menos de cinco dedos y si la vía está más activa, se forman más. De hecho, el gen Gli3 es responsable de restringir el número de dedos a cinco, y mutaciones en humanos o en ratón que inactivan este gen dan lugar a manos y pies con entre 6 y 9 dedos, lo que se conoce como polidactilia», afirma el investigador Javier López-Ríos, del CABD.

El estudio, cuyos primeros firmantes son Joaquín Letelier y Silvia Naranjo, ha sido resultado de una colaboración entre los grupos liderados por José Luis Gómez-Skarmeta (fallecido en 2020), Juan Ramón Martínez-Morales y Javier López-Ríos, investigadores del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD), instituto mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad Pablo de Olavide (UPO) y la Junta de Andalucía, y ha contado con la colaboración de la Universidad Mayor, en Santiago (Chile), y del prestigioso paleontólogo Neil Shubin, de la Universidad de Chicago.

Aletas de peces y dedos formados con mecanismos parecidos

Estos investigadores se plantearon: ¿Qué ocurre si inactivamos el gen Gli3 en peces, los cuales, claramente, no tienen dedos? Para responder a esta pregunta, López-Ríos explica: «Recurrimos a la tecnología CRISPR/Cas9 (Nobel de Química 2019 a Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna) para eliminar la función del gen Gli3 en pez medaka, un pez de origen japonés y separado evolutivamente de los tetrápodos por más de 400 millones de años de evolución. Sorprendentemente, los peces que carecen de la actividad Gli3 desarrollan alelas mucho más grandes, con muchos más huesos, lo que recuerda a la polidactilia que aparece en ratones y humanos cuando Gli3 no funciona correctamente».

A continuación, el investigador del CABD añade que «mediante métodos moleculares y genéticos, pudimos concluir que las aletas de los peces y nuestros dedos se forman mediante mecanismos parecidos, pero no idénticos, y que nuevos genes se fueron incorporando a estas redes de regulación que controlan el desarrollo de la extremidad para dar lugar al esqueleto de nuestros brazos y piernas como los conocemos en la actualidad».

Imagen de la Universidad Pablo de Olavide: dedos vs aletas.

Estos estudios revelan que la función primigenia de la vía Shh-Gli3 era controlar el tamaño de las aletas, y que ésta función se ha mantenido en las aletas de los peces y los dedos de los tetrápodos, lo que indica que, al contrario de lo que se pensaba, existe una relación ancestral muy profunda entre estas estructuras.