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Así está pensado el hotel que Rosauro Varo quiere levantar en la plaza de la Magdalena. No precisamos paseo marítimo, palmeras inclinadas o cocoteros, aguas transparentes y arenas en las que se deja caer la lluvia como resbala el sudor sobre el satén.

No hará falta nada de eso, porque este nuevo hotel, diseñado para dar vida a uno más de aquellos edificios moribundos que El Corte Inglés sembró, destruyendo tanto patrimonio urbano, y ahora ha dejado de darle fruto.

Pasó con el palacio de los Sánchez-Dalp, su reducto fuerte en el centro histórico en plaza del Duque. Pasó con el palacio de los Cavaleri, luego convertido en Almacenes Lubre, ahora creo que esperando ser otro tipo de centro comercial. Pasó en la plaza de la Magdalena, donde hubo fondas y puestos de agua y era sitio de paseo de nobles y bienhallados. Y poco a poco, al centro comercial se le van acabando los urdores, los dineros, y estos edificios se ven relegados y relevados en su función de compra y venta.

Rosauro, que sabe mirar más allá de lo que tiene delante de los ojos, y ha demostrado sobradamente su capacidad comercial, se ha forjado la idea de levantar un hotel en mitad del centro de Sevilla con vistas al Pacífico, a la plaza que así se llamó varias veces a lo largo de los siglos XIX y XX y que ahora, no tan pacífica, sirve de soporte auxiliar a una Campana colapsada y a una Plaza Nueva inhabilitada para el tránsito frecuente de automóviles. La Magdalena está a medio camino, llegan los taxis con turistas y está abierta, con sus árboles y vegetación, en mitad del núcleo comercial del casco antiguo.

Allí quiere este hombre levantar un hotel con encanto, y uno se da cuenta de que es lo mejor que le puede pasar a este centro histórico deshabitado. Uno, que por experiencia propia, de unos meses nada más pero intensos meses, conoce a la clientela que se dirige a estos establecimientos, afirma que esos visitantes no son los que zapatean la ciudad sin más. Os aseguro que la acarician, la perfilan, la miran de reojo y le sonríen, y esperan que nuestra historia y nuestra forma de ser les devuelva…flamenco, Giralda, Catedral y Alcázar…por supuesto, pero también esa forma especial de ser que nos ha hecho atractivos para tantos en el mundo entero.

El hotel de Rosauro tendrá vistas al Pacífico, y seguramente ese sea uno de los puntos del discurso de bienvenida de sus trabajadores hacia los visitantes. Y en esos rostros de sorpresa, los hoteleros tendrán la satisfacción ganada y el deber cumplido. Muchas veces me acuerdo de mis compañeros, los que se quedaron allí, en aquel maravilloso establecimiento donde conocí a buenas personas y peculiares disciplinas que, no cabe duda, dejaron su huella en mí. El hotel de Rosauro en el Pacífico dará un servicio más allá del alojamiento y el cambio de sábanas -prosaicas pero necesarias-. Será uno de esos islotes amarrados al vendaval del negocio del sector servicios que ponga cada día su mejor cara al abrir las puertas de la recepción, en esa espera siempre tensa de la próxima reserva, de la próxima bienvenida.

A la rueda hoy aquellos que, con vistas al Pacífico y muchas veces a mares en pleno tsunami, hacen del centro, en sus establecimientos, un lugar habitable, lleno de miradas curiosas que lo otean todo y que nos regalan su generosidad en cualquier medida, todas válidas. A la rueda los que, no poniendo en valor lo que tienen, no cuidan de esos clientes y no les regalan todo lo mejor de sí para que pasen por Sevilla diciendo que no habían visto antes la maravilla que rima en ripio con nosotros. Con vistas al Pacífico se plantea uno, con vistas al Metropol otro bastante interesante. Alguna vez soñamos con vivir allí. Ahora, gracias a los hoteleros, dejémonos soñar con que pasamos noches diferentes y vivimos experiencias singulares en todos esos hoteles con encanto que Sevilla está sembrando y muy pronto darán fruto y flor…y mucho trabajo. 

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...