Zippo /Jaime Fernández-Mijares
Zippo /Jaime Fernández-Mijares

I

No estaba destinado a ser una novela. Ni una película. Sólo algo grande que entre dos recordaran. Le pasó a Scott Fitzgerald cuando escribió Dados, nudillos de hierro y guitarra, advirtió al lector de que aquello no llegaría a Hollywood. Ellos no llegarían tampoco a Hollywood, pero llegarían más lejos, habían llegado más lejos, porque estando frente al mar poco importa Hollywood y el resto de sitios a los que haya que llegar por decreto en la vida. Al no estar destinada a ser una gran historia es difícil recordar hasta los nombres, pero lo que si se recuerda son los gestos, los detalles, la despreocupación que le proporcionaba el momento a él, la naturalidad de ella. Tan ella.

II

Dos extraños. No estaban en el tren, no eran Eva Marie Saint y Cary Grant ni tenían la muerte en los talones. Si acaso, tan ella y tan despreocupado –ante el mar- él podían ser Steve Mcqueen y Ali Macgraw. Uno por el misterio, como si fuera un barbián de vuelta de todo que sentado espera que la noche mute en día mientras el humo le aprieta las tuercas de la vida que queden en sus pulmones, ella porque tiene cara de bailar y beber vino mientras cocina y se le queman los filetes. Dando todo igual. Y frente al mar se encuentran, tres veces pestañean mirándose con el rumor de las olas de fondo. Tres pestañeos en un punto fijo ya no es azar, el Atlántico no deja nada al azar. Ni esa media sonrisa, un lunar o las manos que agarran la arena como aferrándose a la arena.

III

-¿Alguna vez pensaste que el viento podía tener nombre?

-Ya lo tiene. Varía en función de la sensación que tengas en ese momento. De lo que recuerdes o te guste.

-¿Qué te gusta?

-Este Spritz. Me refugio en cosas pequeñas, como el atardecer. Porque los detalles te curan de las decepciones. ¿Qué no te gusta?

-¿Qué no me gusta?

-Si. Es más interesante lo que te decepciona que lo que no.

-No me gusta que se haya ido Zidane. Es como ese yerno estrella de rock que deja a tu hija plantada en el altar. Lo malo de esto es comprenderlo. De la vida. Comprender es malo, ¿sabes? Comprender es entender que todo pasa, que todo es frágil. No sé tu nombre, no sabes el mío, y cuando nos vayamos solo nos quedará recordarnos cuando brindemos. Esto es difícil comprenderlo, entender la fragilidad del momento, porque en ocasiones estás ante una situación que no quieres que pase, quedarte en ese momento. Como por ejemplo ahora, que nos quedaríamos con esas olas de Poniente.

-¿Cómo esa escena de El paciente inglés en la que el Teniente está intentando desactivar la bomba y crees que eres tu quien va a morir?

-Eso es. Como caminar en la cuerda floja. Tenemos miedo a que el tiempo nos pase más rápido.

-Da igual que pase rápido, lo importante es la intensidad.

-Yo creo que el viento lleva tu nombre. Es como si sonaran campanas por alguien, y si me creo que lleva tu nombre nos recordaremos. Yo consciente y tú sin saberlo.

-Eso no lo sabemos. Sólo sabemos que éramos extraños que tenían que encontrarse sin saber porqué, y aquí estás.

-Aquí estoy.

IV

Era de justicia poética. Las olas rompiéndose contra la nada y el sol como si fuera eterno y la sangre no existiera. Tardaba dos minutos en liarse un cigarrillo. Si, de liar fumaba, porque el tabaco de liar solo queda elegante en cariátides como ella. El tabaco y el humo –en general- solo le queda bien a ella. La cinta que recogía su pelo le daba ese aire sesentero que le hacía parecer Janis Joplin antes de ser Janis Joplin. Él no tardaba nada en ajustarse los pulmones con sus capa fina. Intensos. Ella, una mezcla de Sharon Tate recién amanecida y Jane Fonda cabreada al teléfono. Él como Paul Newman recién salido del taller con Hermosos y malditos bajo el brazo.

Y ahí estaban, la hermosa y el maldito. No arrastraban New York tras sus pasos –como hubiera dicho Scott Fitzgerald-, pero si arrastraban tras de ambos una inquietud que rozaba la histeria por vivir. Si sentían la familiar convicción –como Carraway- de que la vida empezaba de nuevo con el verano, o de que el verano empezaba con sus vidas. Testigo de todo era  la sal, la arena, el mar, la cinta que recogía el pelo de ella y el Zippo de 1932 de él con una llama que se peleaba con el Poniente para hacer sus vidas más cortas.

Entre palabras y tabaco que el viento se llevaba, entre los Spritz que quitaban el amargor de la sal de sus bocas y con esa versión recompuesta de Max Richter de la Primavera de Vivaldi que acababan de descubrir el mar empezaba a retirarse de forma extraña. En el mismo sitio en que la Atlántida de Platón dijo adiós, la historia volvía a repetirse, solo que en esta ocasión se llevaría algo más grande que la civilización por delante.

-Viene un tsunami hacia nosotros y sólo fumamos, hablamos y bebemos. Se nos va a ir todo. ¿Qué hacemos? -Se miraron en ese momento y volvieron a pestañear tres veces. Tres no es ya azar.

-Nada. Que venga. Somos inmunes, igual que la primavera. Bueno, pensándolo bien. Puedes hacer algo. ¿Puedes decirme dónde nos emborracharemos y bailaremos esta noche cuando el mar nos devuelva a nuestro sitio?

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...