Brad Pitt en Moneyball, película de Bennet Miller

Al ir haciéndose mayor uno acaba cambiando de héroes. De pequeño quería -para el futuro- saber escanciar sidra de forma correcta, calzar los trajes como Bryan Ferry, tener unas Persol 649, jugar a las cartas como James Bond y una novia como Deborah Kerr. A día de hoy sigo salpicando más de la cuenta escanciando, corro maratones y callo más de la cuenta. No cumplí alguno de aquellos frívolos propósitos salvo el de las Persol y lo de la sidra está en camino de mejorar aunque algunas veces cambio la sidra por el Aperol. Tener amigos poetas no aleja de la realidad, al contrario. ‘’De mayores seremos tú cómo Caballero Bonald y yo como Luis Antonio de Villena’’, le dije. A lo que él respondió entre risas ‘’Pero a Villena le dijeron aquello de que la prensa ‘’avillena’’ el estilo y empequeñece todo ideal estético’’. Sabia recomendación de quien sabe, pero no puede uno resistirse ante el festival andante y escrito que es Villena. Un personaje único, como el amigo poeta, alguien que es Fe y respuesta a la vez.

Tal vez, ya de mayores, lo único que prevalezca sea el amor. El amor por todo. Esto me quedó claro tras ver -por tercera vez- Moneyball, una película basada en una historia real con un Brad Pitt inmenso que se enfrenta a la corriente general para aplicar las matemáticas a un juego absurdamente mágico como el baseball. Y ya se sabe qué ocurre cuando alguien quiere ser el primero en atravesar una pared: que acaba siendo el único que sangra… pero el único que sonríe. Firmemente, la mejor película de amor al deporte de la historia. La única. A día de hoy, en no pocas ocasiones, me veo tentado de saludar como James Dean en Gigante cuando lo llevan a entrevistarse con Rock Hudson, dos centauros del desierto antes de Centauros del desierto; dos Dioses sin creencia ni culto con las vidas rotas.

Entre tanta lluvia, la vida pasa, también la muerte. Y con su silencio se lleva a Stephen Hawking, un Dios viviente. Dios, porque no cabe mejor o mayor calificativo para un tipo que organiza una fiesta de bienvenida para gente del futuro, esperando que además fuera la Miss Universo del futuro. Evidentemente nadie asistió, cosa que él sabía qué ocurriría. Y lo sabía porque explica tal cual en su Breve historia del tiempo porqué jamás viajaremos en el tiempo. Una edición ilustrada cayó en mis manos un verano de hace diez años y desde entonces comprendí que nadie, hasta Hawking, había comprendido bien a Dios.

El físico razonó que en la creación del Universo no es necesaria la presencia o mano de Dios, no que este no existiera. Evidentemente, una explicación a modo de epitafio reduccionista, maniquea, simplista y progresista de este libro, blandida en un medio por alguien tan lego en física como un servidor, acabó por definir a Hawking como ateo y la Breve historia del tiempo como un libro que explica que Dios no existe. Cuando esto último es a lo que menos dedicó Hawking su carrera. Es más, creo que se entendió tan bien con Dios que el creador pudo decirle ‘A mí puedes pasarme por alto’. Y por ser, Dios debe tener los ojos de Katharine Hepburn y estará sentado en un estadio vacío escuchando Led Zeppelin.

En la ciudad se cuenta que hay pobladores y foráneos a los que las lunas les salen en el pecho y no en los ojos. Federico gustaba de ese afán, virtud y vicio en parte igual, de mirar a los ojos al miedo. Dejó pasar una cena homenaje -organizada, una noche de jueves de primera luna plena floreciente, por Romero Murube- por un bello efebo que le quiso robar los colores como Margot se los robó a José Manuel. Y es que las calles húmedas de rompiente azahar de la ciudad tienen eso. Que en cada palmo de suelo brota la Libertad de ser y dejarse querer y creer.

Ver bajar a ese Señor vecino de Becquer ,al que Juan de Mesa hizo Dios, es querer romperse el alma, es ver y leer el verbo una y mil veces; dejar la vida en el perchero del tiempo para siempre. No es que la naturaleza haya acabado siendo como nosotros, somos nosotros los que elegimos ser olas que buscan una roca a la que acariciar, agarrarnos y rompernos sin remedio. Vale que el Espíritu Santo es algo que no se vea ni en los vídeos, como dice Paula, pero entre el frío y humo de la noche comprende uno que los dioses dieron al hombre la oportunidad o ilusión de ser más que ellos, y siendo esto así apuesto las copas y la vida a qué tuvo que ser una mujer como la Macarena la que dio permiso a Rafael de Paula para ser más que Dios. La que nos dio permiso a todos. Ya puesta, tuvo que decirle a Paula, ‘Oye, Rafael, tú grande y bien puesto. Pero, ya que estás, dile a Buñuel que traiga el periódico y churros, que ya sabes que los venerables a veces también tenemos hambre y no todo lo sabemos’. A ver quien dice que no es esto la vida: equivocarnos y levantarnos siempre confiando en la luna y en ese Dios que dentro se nos desangra y nos da aliento.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...