Excepcionalmente lo que nos viene resultando desagradable por costumbre acaba como convirtiéndose en una honrosa excepción dentro de lo desagradable. Le pasa a uno con la cerveza. Lo mío con la cerveza es antipatía, imposibilidad de soportar el olor, pero claro, todo cambia un lunes cuando se invita a uno a una presentación de una cerveza artesanal y se acaba probando una, dos y tres; tres cervezas.

Mientras, una periodista me hace caer en la cuenta de que cuanto más al borde del precipicio se está mejores vistas hay. Con lunes así la vida está hecha. Cerveza para salvar el mundo con las mejores vistas desde el precipicio, y ahora que venga alguien a igualarlo. Lo mejor que se le puede agradecer a Oriana Fallaci es que reconociera la dignidad de algo que en principio puede parecer indigno y al final lo que importa es que el camino tenga un final digno, honroso. Porque las vidas no tienen segundos actos.

Al final siempre queda la lluvia, la que no llega ni sirve, la lluvia que se desea, la que es como los paraguas de Cherburgo; puro artificio, como el tourbillon en un reloj de pulsera. Al menos, al hombre le queda debatirse en la duda entre el Love & Hate, como Robert Mitchum en La noche del cazador: amor con mano derecha porque siempre es algo que puede controlarse y que escapa al impulso, odio con la mano izquierda porque jamás debe ser blandido por alguien que sea inocente con alas negras.

Las calles terminan por antojarse como un atractivo precipicio, conocidas y a la vez desconocidas, por descubrir, como el explorador con el cartel de libre en la solapa al que canta Sabina. Las calles de noche vienen a ser un ángel de alas negras inocente, igual que Anne Bancroft mirando al infinito: libre y sin equipajes de desconocidos en la consigna de la oscuridad.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...