Pilar Chaves -hija de Manuel Chaves Nogales- y José Antonio Morante / Jaime Fernández-Mijares

La tragedia no merece llevar apellidos de hombres, pero los lleva. La tragedia no debe procurar el olvido, pero esto es la última consecuencia. Puede que Manuel Chaves Nogales no mostrara dificultad a la hora de hacer las maletas y poner rumbo a Madrid en sus años mozos con la misión inconsciente de elevar el reporterismo a alta literatura, como dijo Eslava Galán el pasado lunes.

La huida a tiempo de la ciudad natal es necesaria para clavar en el alma el verdadero arraigo a la urbe que ve nacer y crecer. El tiempo pone todo en su sitio, el tiempo y la verdad -acaso la misma cosa son- acaban encumbrando hoy a Chaves Nogales y nunca, nunca, nunca será suficiente lo que den esta ciudad y este país a don Manuel.

Pilar Chaves recuerda a su padre rubio, muy fumador y sin acento. ¿Qué acento puede hacerle falta a alguien tan genio que describe la luz del atardecer como algo que amenaza descomponerse en los siete colores del espectro a cada choque con las masas?. Lo que Pilar Chaves y José Antonio Morante se dicen queda para ellos y para un servidor que lo presencia. Nadie inmortaliza el momento de palabras cruzadas y admiración, salvo yo. Las palabras que se dicen y en el aire quedan son un privilegio que siempre guardaré y que esta foto me recordará.

Con la ciudad, el periodista se erige en el Dartagnan de un cuerpo de Mosqueteros guardianes de la descripción incorpórea de la ciudad: Chaves, Cernuda, Izquierdo y Romero Murube cruzados, 13 veces por el cielo de la ciudad. La ciudad, Ocnos, divagando por la ciudad de la gracia y Sevilla en los labios constituyen los puntos cardinales de la compleja descripción metafísica de la ciudad. Nadie se ha atrevido a continuar, Nadie nació que lo iguale. Nadie llegará.

Belmonte y la vida. Belmonte y el miedo. Belmonte y don Manuel Chaves Nogales. Díaz Yanes afirma que si la biografía de Belmonte es una novela es la mejor novela de su vida y si es una biografía es la mejor biografía que se haya escrito. El periodista, el narrador, el contador, desnuda al mito, talla al hombre; desnuda al espíritu de la Generación del 98. Bergamín tuvo a Paula y José, Hemingway a Ordóñez y los dos envidiaron a la cúspide de la pirámide de la santísima Trinidad que los tres formaban: Chaves, que a Belmonte tuvo.

La deliciosa edición de A sangre y fuego de la editorial Renacimiento incluye un prólogo de Andres Trapiello en el que se demuestra que la vida incierta de Chaves comienza con su muerte, durando cincuenta años. El olvido, la censura, el considerarlo un traidor por ser fiel a la verdad. A la verdad que desangraba España por sus mil costados. La verdad del pequeño burgués liberal, la del hombre que vio que el final era una dictadura de un extremo u otro, del narrador que advirtió lo que se venía con personajes como Goebbels y que fue ignorado. La obra más excelsa que se haya escrito sobre la guerra de España no vio la luz en este país hasta los años 90 y tarda ya demasiado en convertirse en obligatoria para los escolares.

En un mapa del viaje a lo trágico podemos trazar puntos de conexión entre por quien doblan las campanas, Madrid de corte a checa y A sangre y fuego. Chaves marcó y dejó huella en cada acontecimiento que vivió, porque era la historia, porque fue el hombre que estaba allí, quien tenía toda la verdad, suyo el camino y la vida eran. La triste historia de los hombres grandes de España tiene génesis en sus tumbas sin nombre, un ayer de un siempre todavía; un mañana por escribir que nunca vieron y un amanecer del que no huyeron.

Chaves Nogales ve hoy el amanecer que merece. Nunca fue ese traidor que unos pocos desgraciados dijeron o se empeñaron que fuera, nunca fue un hombre de perfil, siempre fue el hombre que no dejó de lado la verdad, el que dio luz de hombre a Belmonte, el niño adulto que se escondía en la ciudad, el pequeño burgués liberal de la Andalucia roja y la blanca Paloma, el extranjero en su propia Semana Santa.

Un coronel Lawrence frente a todos, como en aquella película de Nagisa Oshima en la que alternaban David Bowie y el pianista Ryuichi Sakamoto . Don Manuel Chaves Nogales era ese Guido Anselmi que creó Fellini, un Mastroianni del reporterismo que fue víctima del desdén de unos pocos por haber estado siempre en el rigor, y para quien la verdad era el bien al que siempre se aspira aunque perjudique. La leyenda incierta de Chaves comenzó en los 90; que nunca acabe, España y la Ciudad le deben un siglo entero por el cielo al hombre que fumaba con garbo, al hombre que siempre estuvo allí.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...