kennedy-Sam-Vestal

Ver romper el sol de amanecida entrando por la ventana, emprender el camino sin hacer demasiado ruido y de repente Barbara Bach despierta balbuceando ‘Pero, James, te necesito’, a lo que Roger Moore responde, ‘¡También Inglaterra!’. Si, todos hemos querido ser Roger Moore una mañana y soltar una frase del estilo. No mucho ha, bromeábamos diciendo que en vez de esa frase de respuesta quedaría mejor -y más realista- un ¡También el Betis!, pero de los deseos también se despierta.

Cosas así solo pueden decirse a la cara. Cosas así solo pueden decirse en el refugio que proporcionan unas gafas de sol. Las 649 de Mastroianni en Divorcio a la italiana inspiran nostalgia, sentimiento encontrado. Nostalgia y recuerdo porque Cernuda murió a las pocas horas de ver esa película en Coyoacán. Realidad y deseo. Deseo que se atrapa con la vista, realidad que vive tras los ojos, dentro, donde el sol no llega y nadie ve. 

Mejor que todo lo de Sófocles y Aristófanes era la realidad. Y la realidad les llegó siglos después. Ni una sola tragedia iguala esa historia de amor, misterio y otras penas que por protagonistas tenían a dioses mortales de apellidos griegos; Niarchos, Livanos, Onasis. La santísima trinidad de la realeza plebeya del siglo XX. Lagrimas y muerte que no eran menos por el dinero. Kennedy se refugiaba en unas Saratoga para observar una regata. La versión oficial es que Kennedy observaba una regata con sus Saratoga, a uno le da por pensar que asistía a como testigo a esa guerra de titanes frívolos del siglo XX en la que la perdedora tenía nombre de mujer: la belleza de las hermanas Líbanos. 

No es que con gafas de sol se esté más guapo, con gafas de sol se está como se debe estar. Como un Dios de batalla en retirada, como un golfista suplente que no solo no deja de sonreír sino que sonríe más, como viviendo en un constante brindis de humo y risas. Unos creíamos que Steve Mcqueen nació siendo Steve Mcqueen, el problema es que no fue Steve  hasta llegó Triumph, y solo fue Mcqueen cuando llegó Persol, y sus pasos sobre el asfalto sonaran distinto.

James Dean achinaba los ojos, por mor de la miopía, tras los opacos y cayó presa de su Little Bastard por las gafas de sol. Dicho sea de paso el detalle de no querer acompañarle una jovencita manchega cuyo nombre se escribía María Antonia y se decía Sara Montiel. Ava Gardner en modo ostentosa en Chicote con Frank Sinatra. La de las barreras en Sevilla, la de Dominguín, Luis Miguel y la de Domingo, el republicano que se reía de Franco cuando le preguntaba ‘¿Por dónde quiere hoy su excelencia que el sol salga?’.

Y al final se acaba llegando a una fuente cualquiera. Y Anne Ekberg baila presa de la razón, Mastroianni en una playa desierta buscando lo que no encuentra y a lo lejos Eve Marie Saint encendiendo su cigarrillo mientras cuenta mentiras a Cary Grant, como diciendo this is what i leave you; tears, laughs and love. Y la vida se apaga como los amaneceres de la ciudad. Aún ahora, tras los años, me sigue resultando imposible no deshacerme de las lupas cuando a la ciudad le llega su hora cada día, es como una muestra de cortesía por los atardeceres en los que el rosa planta cara al azul y acaban enamorados. Como si cada hombre debiera de desprenderse de su corona encarnada en gafas de sol, como si el epitafio de esas gafas estuviera escrito de antemano y rezara, ‘Por sus atardeceres, majestad’ y todo se esconde.