El Papa Francisco preside el Via Crucis ante una plaza vacía / EFE

Porqué allí, porqué en aquél lugar, porqué aquella plaza, porqué ese gesto y porqué tomar como símbolo el del martirio. Probablemente, con toda seguridad, quizás, definitivamente, la historia de la humanidad, la historia del hombre mismo no tenga más fundamento que la enseñanza a través del sufrimiento, del padecimiento, no es que todo quede resumido a una repetición conveniente de los acontecimiento sucedidos a lo largo de los tiempos. Tal sería una reducción cómoda al absurdo de un futuro que convenientemente todos creemos esperar. Y todo empezaría por la resignación, que no rechazo, nada que ver lo primero con lo segundo, pues no existe lo primero por contraposición a lo segundo. Nada existe en este mundo con razón de ser de acabar con todo lo que se considere contrario.

Todo viene del error, del error de amor, de creer que el propósito se nos es dado y ha de cumplirse. Quizás no debería haber huido, quizás Eneas debería haber ignorado su propósito, aquello que los dioses le legaron, volver la cara al amor de Dido y acabar -por ende- huyendo a emprender la fundación o el germen de un propósito y sentido de vida que acabó llegando a nuestros días y que acabó siendo incluso mayor de lo que el propio joven troyano pensaba.

Si no tuviere a bien el haber hecho caso de su Dios, nada de lo que conocemos hubiera sido igual. En una cueva se amaron, Dido y el desgraciado pero astuto Eneas, pero no por mas reina puede retener el corazón que no es de la tierra si no de algo que ella no estaba dispuesta a comprender, algo que no podía comprender.

Y Eneas debió partir, a escondidas, y llegó la noche, y la locura, pero no hay fórmula que de solución al problema de isoperímetro del amor. Al arribar a aquello que ni el sabía que era puerto observaría el horizonte, el huero horizonte, sin siquiera línea, y allí estaría la ciudad que fundarían sus cenizas. Y Roma hizo al hombre, no al revés, que cualquier propósito sería vano si uno sólo de los caminos no llevaban a ella, la que por un error de amor quiso surgir de la nada asentada sobre siete colinas, sumada otra por gracia de León IV, y en ella el inicio de todo.

El porqué de Roma no lo sabemos, no lo sabremos, no es bueno que lo sepamos, no es necesario saberlo, porque lo que está de mano de un poder supremo no debe sernos revelado. Recuerda esta parte las mañanas, la quinta hora de Latín, el recitar de los reyes romanos, la anécdota de Calígula y su guerra contra el mar, el hacernos sabedores del privilegio de la sangre de Trajano -calle paralela a aquél liceo- y Adriano; y ahí estaba nuestra Roma, la que cabe en páginas y se hace eterna en la memoria.

 Y después de Roma, ¿Qué queda? El silencio. Qué poco nos hemos concentrado en saber de él. Qué poco nos centramos en aprender sobre el valor del aparente vacío que encierran las respuestas que nos da ese poder superior en el que creemos. Hay sufrimiento, hay dolor, y en todos está la fuerza de la naturaleza, no cabe mayor pragmatismo; o cabe mayor verdad que el convencimiento de que el amor siempre es más fuerte que la muerte. Todo son pruebas constantes, que puede ser todo o nada será, ¿es que alguien tiene un plan para nosotros? Qué vacía existencia esa de esperar un plan, un plan que sólo nosotros podemos emprender.

No es esta parte Eneas, ni existe Dido que espere, nadie es Eneas, a nadie se le va a dar un plan. Siempre hambre de espíritu, pues no puede valer mas el miedo que la creencia y aún así sigue habiendo gente que, como diría el cronista, no tiene mas Dios que el miedo ni otra cosa que no sea el miedo a Dios, a encontrarlo en el lugar menos esperado y en la hora más oscura, la que no se quiere ver ni esperar. Todos llevamos dentro el silencio, nunca saldrá de nosotros, porque no se irá de nosotros algo si no lo entregamos nosotros.

El mundo hoy es una plaza de San Pedro más grande en la que reina la mayor respuesta a cualquier pregunta. Todo cuanto nos rodea existe por que es, porque el silencio vacío nos indica que es, y existir y vivir es hacer, no sólo ser y si no tomamos una verdad como algo que siempre alumbra no estamos legitimados para hablar con sentido pragmático de todo cuanto nos es dado a ver y sentir. El vacío, el silencio, la no presencia, hay que valorarlo todo para no caer en la locura que refleje nuestra sinrazón por no saber encontrar respuestas dentro de nosotros, aunque cuidado, una rápida respuesta puede llevarnos a un razonamiento que no es más que veneno, y el veneno no puede ser verdad.

No podemos conocer la verdad si alguien nos la trae, somos nosotros quienes debemos ir a su encuentro, siempre es menos la palabra cuando se nos es dada de forma inalterable y sin opción a entenderla. Elegid, y sabed, ejecutad y convertíos a todo aquello que dentro habita. Si se está lejos de la luz, de la verdad, es algo que sólo la verdad puede confirmar, pues no somos nosotros más que el propio silencio.

Un hombre, de blanco, reflexivo frente al vacío que todo lo llena y al fondo, en la redonda perfección de ese hospital de penitentes que es la plaza de San Pedro, los hombres cargando con la cruz, hablando de sus cruces, abriendo el pecho de sus secretos, verdades reveladas antes de la media noche y la vida queda ya desvelada sin que Eneas lo sepa, porque su propósito acabó siendo mayor de lo que sus propias cenizas pensaron.

Es cierto que la realidad nos tiene por poco tiempo sumidos en una tiniebla que algunos nos quieren vestir de guerra inexistente de la que somos soldados jubilosos sin armas cuando en realidad somos espectadores inconscientes de una tragedia de la que seremos conscientes una vez haya pasado, pero la verdad no está fuera, si no dentro de nosotros, en ese vacío que creemos no aporta si no oscuridad.

Roma duerme en la oscuridad velada por los Dioses, por la naturaleza, por la fuerza superior a nosotros en la que todos, absolutamente todos, creemos, ese Dios que siguió al dictado las leyes de la física para crear la mayor maravilla que pueda existir de entre todo el universo por él creado: la mente humana.

El silencio dibuja en esa noche de viernes en Roma un epitafio complejo del que sólo la química del amor puede aportar explicación posible. El silencio, el vacío y completo silencio aporta un manual de instrucciones para comprender todas las respuestas que dentro de nosotros moran.

Los hombres que durante catorce pasos recorren otro martirio se saben testigos de una verdad que reside en algo tan claro y perfecto como la oscuridad. Que nadie está sólo y que la fe en Dios y en todo lo superior empieza siempre por creer en uno mismo, y sólo así, cuando estemos huérfanos de toda compañía -como hoy- sabremos y seremos conscientes de que todo error de amor es una piedra en el camino hacia la verdad y sólo la palabra merece ser palabra si acompañada va del hacer.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...