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Vamos por el Miércoles Santo, que está la semana para enmarcarla, para guardarla envuelta en papel de seda en los cajones para que nos dure siempre así.

Una Semana Santa plena, de las que se sueñan y se piden, con ese calor y esa luz maravillosa que recordamos de los años de la infancia, pero ahora se ve distinta por lo vivido y sufrido. Vamos por el Miércoles, y todavía andan rodando por las redes sociales las fotos de los aforamientos de las calles por las que el Domingo de Ramos empezaron a pasar las hermandades, y por alguna de las cuales seguirán haciéndolo en estas jornadas que nos quedan.

Aforar debe ser la única cuestión de la Semana Santa para la que no se admite el sentido de la medida que es invocado continuamente por aquellos vates de la Semana Santa que hablan y dejan hechos piedra a todos los que no nos preocupamos tanto por lo que fue sino por lo buena que puede ser si se cuidan algunos detalles poco referenciados. Rápidamente se sale todo de la medida: el andar de los pasos de Misterio, las coronaciones canónicas con coronas de oro, las túnicas bordadas frente a las túnicas lisas que tanto gustan, las vírgenes de hebrea en los palios y otras tantas cosas que, tocadas por no sé qué mágica influencia, no deben atenerse a esa mesura académica que tanto se está llevando ahora.

Aforar las calles no me parece cuestión tan lamentable si se puede evitar que acontezcan problemas como lo que Málaga nos mostró en la procesión de Jesús Cautivo. Acaba la Semana Santa y no nos cansamos de colgar vídeos de bullas y achuchones en calles transitadas, pero cuando se pone remedio por adelantado nos parece innecesario e incómodo, apelando a la mayor autoridad competente que tengamos a mano para conseguir que el ayuntamiento de turno no lleve a cabo su trabajo de protección de los ciudadanos.

Haya que aforar o no, lo que tenemos claro es que no podemos aforar los caprichos de unos y de otros, y si queremos que nuestros deseos se cumplan hemos de dejar que se cumplan también los de los demás. Y en eso la autoridad tiene el sitio y la llave para hacerlo. No obstante, decía yo escribiendo este artículo que lo que hay que hacer en estos días es anaforar, que aunque no lo conozca el corrector digo yo que es el verbo más adecuado para hoy, para todas y cada una de las horas que han transcurrido desde el Viernes de Dolores y las que han de transcurrir hasta el Domingo de Resurrección.

¿Qué es anaforar? Pues poner el corazón por delante de cada vivencia de las que nos quedan para que, cuando las sintamos, cuando las palpemos, el corazón sea el estribillo y el primero en inundarse de emoción ante cada una de las miradas y de las luces que han de embriagarnos de ahora en adelante. Primero el corazón, y luego todo lo demás. Con el corazón en anáfora por delante, tendrán menos importancia esos aforamientos y esas otras polémicas, más justificadas o no, con la que nos levantamos cada día de esta Semana Santa.

Anáfora el corazón y así comprenderemos mejor todos lo que nos ha de deparar la Semana Santa. Anáforas como las de los pregones, cuando dijo Rodríguez Buzón “y eres campana en su arista…y eres venda de su herida”. Anáfora de mi Effetá y tantos otros que se han olvidado pero quedaron escritos y vividos, porque no hay pregón sin anáfora ni aforamiento que no sea pregonado, como dicen los malagueños y me entenderán.

A la rueda los que no han conocido aún la anáfora del corazón, y se andan quejando y derritiendo sobre el asfalto de su grisalla por nimiedades que en verdad no importan. A la rueda los que, anaforando el corazón, hacen más grande la Semana Santa poniendo el sentimiento por delante. Queda mucho todavía. No pierdas tu oportunidad.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...