España no es país para viejos. Tomo prestado el título de esta película para resumir en lo que se ha convertido este anciano país, en el que, a pesar de tener la esperanza de vida más alta del mundo, nuestros mayores no gozan de ningún tipo de estatus. Ni bueno ni malo. No existen.

No forman parte de las estadísticas que cada mes nos presentan para contarnos que suben o bajan los datos del paro para que los políticos puedan ponerse o quitarse medallitas, ni aparecen en los estudios de mercado. Son una carga familiar e incluso hay muchos que no saben ni leer ni escribir. Son esos pobres viejos que no tienen voz y que desde los bancos de muchas calles nos observan al pasar.

En cada una de esas miradas yo encuentro una historia. La mayoría de ellas narran penurias de otra época en la que dependían de una cartilla de racionamiento, en la que tuvieron que ir al frente a luchar por su vida o despedir a los amigos y familiares que emigraban. Otra época de peonadas y vendimias que no conocían el fin y en la que se echaron a la calle como los mejores tanques para pedir la libertad.

Esos son nuestros mayores. Personas con valores y con redaños, de esos que tanto faltan hoy en día.

Con sus canas, quién les iba a decir que serían otra vez los cabeza de familia, que iban a mantener a los hijos y los nietos que la crisis se está llevando por delante, que iban a volver a ser imprescindibles para sus familias. Los invisibles, los inservibles olvidan ahora sus achaques para poner unas lentejas sobre la mesa y pagar la factura de la luz.

Esos ‘yayos’, los que antes eran exiliados en geriátricos y residencias para que no estorbaran, ahora, en lugar de pagar su vejez, estiran hasta el extremo sus raquíticas pagas para sufragar la hipoteca y los gastos de los suyos.

Hijos de la sociedad del bienestar, ahora ya caduca, volvemos la vista atrás en busca de su aliento, en busca de su ejemplo. “Mi abuelo viajaba en camello, mi padre en coche, yo en jet, mi hijo en coche y mi nieto volverá a ir en camello”, dice un proverbio árabe.

Para ponerles más fácil esta labor de sus últimos años, sus pensiones subirán en 2014 lo mínimo establecido por la reforma de las pensiones, un 0,25%, según los Presupuestos Generales del Estado (PGE), aún por aprobar.

Que sean mayores no significan que sean tontos. Nuestro Gobierno se afana por hacernos creer que esta reforma viene a garantizar sus pagas, cuando lo que están haciendo es someterles a una pérdida progresiva de poder adquisitivo al no ajustarlas al incremento del IPC. Es decir, los empobrece todavía más.

Que el actual sistema de pensiones no es sostenible, está claro, pero que se escupa sobre el Pacto de Toledo… Se ignora que nos cae el esputo encima.

El futuro de los de hoy depende de los de ayer, de los que dedicaron sus mejores años a trabajar y que ven que tanto esfuerzo nunca obtiene la recompensa merecida.

Aquí mi homenaje a todos esos abuelos que se despiertan cada día con un solo pensamiento: el de tirar para delante como sea y sacar petróleo de donde no lo hay. Ellos son los verdaderos expertos en microeconomía. Y en la macro.

Ojalá fuera de ellos de los que dependieran la economía española y los PGE, seguro que las cosas nos irían mejor a todos.

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