mercedes-serrato-03-07-2017

El contraste de emprender un camino de vuelta, llena de salitre, arena y con la piel tostada contrastaba de forma brutal con el cruce con gente bien vestida, perfumada e incluso, con tacones que no parecían concebidos para pasear por aquella inestable pasarela de tablas.

En el chiringuito en que habíamos estado almorzando hacía rato que se barruntaba el festejo; se celebraba una boda.

Tenía alguna referencia de bodas en aquella playa y aquel establecimiento, no sé si será una nueva moda, pero en cualquier caso, no lo había presenciado.

Entiendan que no es cinismo, ni un intento quejoso a lo Javier Marías, al que ya parecen no quedarle cosas de las que despotricar… Más bien, lo mío es curiosidad sana si pregunto ¿por qué se casa hoy en día la gente?

Antropológicamente hay bastantes explicaciones: supervivencia, legitimidad social en el estatus y la procreación… Enlaza un poco con cuestiones sociopolíticas: el sistema recompensa a quienes legalizan su unión, bien con medidas fiscales, bien siendo más baratas las cosas para dos personas que las cosas individuales…

Si a estas alturas creen que estoy hablando de heteronormatividad, están en lo cierto, lo hago, y mucho.

Conozco a gente que se casa, claro, y si alguna de sus respuestas me hubiera clarificado las ideas, no estaría aquí divagando.  Querer unir tu vida a otra persona y celebrarlo me parece maravilloso, hasta yo puedo entender eso, pero no sé porqué me parece que hay algo más, algo que se me escapa y que no logro entender del todo.

Quizás el origen de las dudas esté más cercano en quienes no se casan. En una ocasión, una amiga me comentaba los años de relación con el que había sido su novio hasta hacía un año. Mucho tiempo juntos, un proyecto de vida en que ella había acomodado sus proyectos para ir a vivir a la localidad de él, que era un pueblecillo pequeño donde tenían una casita con la cocina ya amueblada… La boda estaba en el aire, hasta que dejó de estarlo.

«Un día, él me dijo que se había dado cuenta de que no estaba enamorado de mí y entonces, terminó todo.» Relataba aquello con tanta calma que se veía que lo había interiorizado a la perfección. Yo, bastante atónita le pregunté si no había hecho nada, patalear, hablar, o cualquier cosa… Con la misma calma me dijo que cuando te dicen algo así, nada puede hacerse y no hay arreglo.

Hay muchas historias así, millones. No me refiero a historias de cocinas montadas que se quedan en eco de convivencia, sino a historias en que el amor se acaba, de un modo u otro, y entonces, todo es una nada como en los poemas más tristes de Pesoa.

Una amiga, que nada tiene que ver con la citada, se quejaba hace poco de ese ciclo de tener relaciones, fracasar, y vuelta a empezar… Otra amiga le había dicho que aquello tendría que darnos igual, que divorciarse no es el fin, y que hay que remontar eso, en lugar de ceder al derrotismo.

Probablemente, por eso se casará la gente; por asumir el riesgo de que no dure, de que probablemente no sirva de mucho, pero que forma parte de un ciclo que hemos asumido, en mayor o menor medida…

En estos días he recordado mucho la frase de un amigo que siempre afirma que se casó rápidamente con su marido por miedo a que viniera otro gobierno que derogara o dificultara el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Y entre tanta crítica y absurdez al «Orgullo» y a las cosas por las que se puede sentir orgullo y no, llega esa respuesta. La gente se casa porque puede hacerlo, y maldita sea cuando no se pueda.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...