graderio-8-2-2015

Llegar a casa y no enchufarme al Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas, que de ahora en adelante el correcto estilo me permitirá llamar COAC, va a ser algo que no sé cómo voy a afrontar. En Andalucía es común sentir esa cosa extraña que parece como la nostalgia de la alegría, esa que se te lleva un trozo y te deja una sonrisa.

Por supuesto, no todo el COAC es Carnaval, ni todo el Carnaval el COAC; de hecho, en Cádiz siempre se consuelan diciendo que lo mejor empieza después de la final, bendita ciudad que tiene calles, plazas, callejones y festivos. La miarmada, especie colonizadora allá donde las haya, tiene el consuelo de compartir espacios y alegrías en la medida que el fin de semana y el respeto lo permitan.

En ese sentido, debo decirle desde aquí a José María González Santos, que Kichi no es segundo apellido aunque a veces lo parezca, que me he portado ejemplarmente, no he dejado ni un vaso en el suelo, no he miccionado en ningún lugar de la vía pública que no fuera un reglamentario baño municipal, y casi me pesa no haberme emborrachado. Sí matizo que el tema de las micciones tiene su sesgo de género merced a la anatomía y socialización masculina, que facilita la jugada a los machos, mientras nosotras preferimos un baño, por decadente que se encuentre a ciertas horas; sería interesante abordar la cosa desde este enfoque.

Por lo demás, poco o ningún sentido tiene lo que aquí pueda contar, todo merece más la pena en primera persona que en tercera. El maravilloso surrealismo de La Viña donde se puede encontrar a Christian Grey departiendo con Susana Díaz, Isabel Pantoja e incluso Juan, si, Juan sin apellidos, el partenaire de la chirigota del Selu que en las calles viñeras no sólo es un señor de carne y hueso, sino que muta para pasar de soportador a ser el sujeto a soportar…

Por supuesto, más allá de las tablas del Falla, manifiesto mi debilidad por las chirigotas callejeras femeninas, auténtico lugar de la gaditana más allá de las diosas o las ninfas, terreno de la expresión, la poca vergüenza y el arte sin medida.  Aunque en youtube aún no las he encontrado, si hay posibilidad, busquen por las calles a Elena y Cristina, infantas de España con un estribillo que no se sacarán de la cabeza: «A mí lo de ser infantaaa… ¡me encanta!».

Y esa es la nostalgia de la felicidad que queda rumiar ahora, la de unas piedras que ni son adoquines, la alegría al ver en tu móvil «Pópulo, 12º C «, Selu en el Oratorio, un criterio de romancero que no entiendo aunque el jurado por lo visto sí, los billetes del Monopoli de un coro que rebosa frescura, los palitos, las fustas que se llenan de líquido indeseable cuando alguien no sigue las recomendaciones municipales…

Siento, con cierta quemazón, que la perspectiva de la Cuaresma no me consuele. Lo mismo más adelante me animo, pero han logrado unas y otros ennegrecer tanto el mundo morado, que prefiero tomarme todo ese mundo con mucha calma y cierta distancia de las cosas que no merecen cercanía… Que se le va a hacer, no es que el Carnaval de Cádiz sea perfecto, ni mucho menos, pero al menos te permite tener más perspectivas de un tema frente a la polarización ignorante que se empieza a vivir en lo cofrade.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...