Pocas cosas hay tan inspiradoras como el día de después. Los Beatles le cantaban a la noche de aquél día, Ismael Serrano lamentaba las resacas que duelen con la edad, y la mayor parte de la producción de Sabina fue una eterna memoria del día siguiente enlazada en un par de décadas.
«El día después» además de ser un recuerdo lateral de mi infancia con el soniquete del acento británico que analizaba partidos, es casi un metaconcepto de la sociedad actual.
Fíjense en el día después de las elecciones. Parece que nuestros políticos la noche del 20D estaban jugando una partida de «Pies quietos» y así andan, temerosos de dar un paso y perder más de lo que han perdido.
Tener un parlamento más multicolor que nunca asusta por un flanco y esperanza por otro, aunque el retrato general apunta a que hay más pérdidas que ganancias. Carita de resaca la que lleva más de uno y una, como si las papeletas, o la ausencia de estas, fueran peor que el vino, la Sangre de Cristo y el vodka… Y es que no deja de ser significativo que uno de los primeros votantes, según recogían los medios ayer, era un chico que volviendo de fiesta, hizo parada en su colegio electoral antes de meterse en la cama a sobrellevar la noche del día anterior… Muy simbólico y muy representativo, si señor.
Ahora toca lo que toca, aguantar las fotos, recordar las promesas de pactos y no pactos, intentar averiguar donde dejaste tu panderetita de plástico, plantearse si el cambio existe…
El día después tiene un perverso poder analítico cuyo calado supera al de cualquier día anodino. Lo malo es que no dura tanto, y esa percepción de la vida y las cosas, termina por diluirse como las lágrimas en la lluvia proyectadas en el plasma de la discoteca de moda.
Disfruten del día después; por algún extraño algoritmo de la mente, en estos días todo es posible y evidente, aunque dure poco.