Las reformas populares darían como para que la arriba firmante escribiera cada semana tres o cuatro columnas sin tener que quebrarse mucho. Es lo bueno y lo malo de estos tiempos, la actualidad casi sobra y la dificultad de escribir no es la falta de temas, sino el repetirse.

Esta semana la educación ha sido la estrella. Las tasas judiciales volverán a saltar a la palestra junto con la sanidad en breve, no es para menos, pero parece que la distracción de esta semana ha sido el futuro de los ciudadanos más pequeños, que ahora que lo pienso, serán unos curiosos votantes del mañana, si es que en el futuro votamos algo.

Y yo, que en el fondo tengo alma de persona muy mayor, empiezo a plantearme que ya da igual la reforma que haga el partido de turno, porque todos hacen alguna. Lo grave del tema es que no sé qué materia académica vamos a enseñarles si vivimos una decadencia terrible de la educación en el sentido más cívico y urbano de la cuestión.

Yo querría que alguien me explicara por qué cuando salgo de algún edificio, ascensor o cualquier otro sitio, tengo que aguantar a gente en la puerta que, o bien está allí de alegre tertulia, o bien arremete cual Miura para entrar. ¿No es lógico que para que hagan eso deben dejar que yo salga primero y despeje la puerta? Mi madre siempre me repite que antiguamente había carteles en los autobuses donde rezaba ‘Deje salir antes de entrar’. Yo abogaría por recuperar eso antes que la reválida.

Tampoco comprendo por qué a la gente le gusta pararse a cualquier cosa en medio de la acera. Parece que si ésta es estrecha y la colapsan del todo, el tema tiene más encanto. No entenderé en la vida por qué la gente con niños pequeños mete el carro en absolutamente todas partes, embistiendo con él a toda persona que camine sobre sus piernas mientras la criaturita que va montada en el instrumento de la ira del adulto se agobia comprensiblemente. Cuando el carro va vacío pero da el mismo coñazo es cuando ya me entran instintos asesinos.

La pérdida del uso de la acera se hace absoluta cuando se pasa por delante de uno o varios bares, porque los fumadores, en lugar de dejar su mortífera afición, ocupan la vía pública sin atender a leyes cívicas porque a su vez los obligan a respetar la legalidad europea. Así, de regalo, además del slalon que debes hacer, te llevas un agradable perfume de club de jazz cincuentero.

Para rematar la faena, el otro día contemplé un ejemplo de falta de civismo que era surrealista. Una tipa, que en el autobús camino del centro, a una hora concurrida, iba cómodamente sentada con su megabolso grande ¡en el asiento de enfrente! Y ella, feliz y contenta, como si eso fuera lógico o normal, como cuando la madre de Skiner le niega a Lisa el asiento del autobús porque ahí viaja su monedero. Lo peor es que yo iba sentada al lado del bolso y la gente me miraba a mí, pensando que era yo la dueña de ese objeto y esa conducta insolidaria, cosa que me hacía tener ganas de gritar que yo en mi vida haría eso y de paso, lanzar el bolso en cuestión por la puerta abierta del vehículo cuando parara.

Por si no lo han notado estoy muy cabreada. Y es que salir en estos días a la calle es complicado. No sé si será el ambiente navideño creado por Zoido, la fiebre del fin del mundo, esperemos que cercano, o vaya usted a saber qué, pero yo he vivido días de Semana Santa con menos bulla que las últimas jornadas, y para colmo de males, parece que con gente menos acostumbrada a las aglomeraciones.

Y me parece muy grave la segregación por sexos, ya lo comenté, y me parece intolerable que se divida a los niños por rendimiento, pero sinceramente, antes de meternos con todo esto, antes de maquillar como una fulana la asignatura de Educación para la ciudadanía, vamos a impartir educación, a secas, para lo que sea, para todo.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...