Mi madre me ha contado, no sé cuántas veces, cómo mi abuela les mandaba a ella y a sus hermanas a hacer las camas y a limpiar el baño cuando llegaba el sábado. Entre semana estaban exentas: tenían que ir al colegio y para mi abuela, que no había tenido esa suerte, estudiar era lo más importante, se anteponía a cualquier sábana arremolinada, a cualquier mota de polvo en el lugar más insospechado. Pero, los fines de semana, nadie se libraba. Bueno, mi tío, el varón de la casa, sí. Él se iba a ayudar a mi abuelo con el camión de bombonas y era mi madre la que hacía su cama bajo la atenta mirada de la suya.

Hacer el baño, como ella le decía, o hacer las camas, eran parte de toda una ciencia trabajada y desarrollada durante años que ha pasado de generación en generación en la familia, de mujer a mujer. A mi abuela le enseñó la suya porque su madre murió cuando solo tenía ocho años. Y desde los ocho años hasta los noventa ha estado remendando pantalones, haciendo pucheros y potajes, limpiando cada rincón de la casa, cuidando a sus hijos cuando fue madre y a sus nietos cuando fue abuela: pañales, caquitas, cremitas, ronchas, vómitos, leche, los primeros pasos, el primer día de colegio, de instituto, las inseguridades, la niña llega muy tarde, el niño no quiere estudiar, tienen que tener una carrera, una carrera. Las preocupaciones ineludibles que le llegaban hasta los huesecitos más recónditos del cuerpo. 

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Periodista andaluza con el ojo puesto en la cotidianidad, la juventud, la mujer y los cambios sociales. Antes en Paraninfo, Creando Conciencia y TUSSAM. Aprendiendo siempre. En Twitter: @_martinagalan