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Valiente desastre. ¿Cómo son capaces de mirar al frente –no digamos ya a las cámaras- estos representantes nuestros tras el “desastre Copenhague”? En un acuerdo en el que no se exige el cumplimiento de las medidas acordadas –por unos cuantos; de la oposición “se toma nota”-, en el que no se establecen medidas de control, en el que no se fijan cifras de reducción de gases contaminantes, sí hay, sin embargo, constancia de las miles de personas que “se quedaron” –eufemísticamente- en la calle.

Belén Zurbano Berenguer. Que decidan “el amo del mundo” y el que va a ganarle terreno en breve –emergente, emergente niña, como detergente pero con más olor a billete que a limpio-, que su grupo de amigos secunden la decisión (son los “amigos de Dinamarca” en voz de Morales, y éstos ni mucho menos los 192 invitados) y que la decisión sea que los países pobres no contaminen (pagarles para la adaptación al cambio climático entre 2010 y 2012 creo que lo han llamado), es, a estas alturas de una desfachatez inconmensurable. 
Nos estamos comiendo con patatas la crisis que los señores del dinero y la connivencia de nuestros políticos –de la “poca sesera” española del vivo como no puedo ya hablaremos otro día- nos trajeron, ahorramos electricidad, le ponemos dosificadores a los grifos, separamos las basuras y nos congelamos yendo al curro el bici. Y encima, nos dejan en la calle al Tercer Sector en mitad de un Copenhague nevado. ¿Pero qué está pasando aquí? Las ONG eran las únicas que podían mirar con considerablemente menos intereses que los países por las implicaciones de los acuerdos y por el clima y la Tierra en general. Y se han quedado fuera. Escuchando por la radio como hacemos los de las bombillas de bajo consumo cómo no se toman acuerdos que luego puestos en tres folios se titulan  “Acuerdo de Copenhague”.
El portavoz de Sudán, Lumumba Di-Aping, comparó el texto, el “acuerdo” con el Holocausto. Imagino las miradas a los lados, los gestos contraídos y los cuchicheos: “qué exageración”,”es un radical”. Pero mientras nosotros “debatimos”, ellos se mueren (niños, mujeres, hombres, desnutridos, con sida, con paludismo, de malaria, de un parto, de una bala, de hambre), con nuestras no-soluciones, ellos se mueren, con nuestras medidas, ellos se mueren.
 
Y España no tiene sino que decir (amén de la perla presidencial “la Tierra no pertenece a nadie. Sólo al viento”) que la alternativa al fiasco logrado era “el absoluto fracaso”. ¿Mejor claudicar que negarse? En la cumbre hubo grandes gestos políticos que si bien es cierto no son más que símbolos, no dejan por ello de merecer el valor de quien ante lo que no considera justo, se niega. Pero no fueron los nuestros.