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Hay días que me acuesto a la hora a la que otros me levanto. Quizá eso es lo que me haga ver el mundo desde mi óptica: reconozco las caras de quienes se acaban de levantar y van al tajo, también de los que aún no encontraron el consuelo de las sábanas limpias en la cama caliente.

Belén Zurbano Berenguer. No hay nada de especial en reconocer ojeras de un despertar forzado y sonrisas desencajadas de alcoholes baratos y polvos mágicos, pero sí en reconocer los sentimientos que mueven las almas. ¿Por qué salieron los que salieron? ¿Qué esconde ese “pasármelo bien”? ¿A quién pretenden gustar? o ¿de qué se esconden? ¿De que huyen los que se levantan en plena noche aún? ¿Qué es eso que tanta energía les aporta a los que madrugan para el trabajo y salen de los portales con buena cara? ¿Dónde vamos todos cuando pasamos sin mirarnos? 

Ya es hora de enfrentar las miradas, de levantar la cara del suelo o del cielo y mirar la realidad, las ojeras y las pupilas dilatadas con un poco de dignidad y orgullo. Tanto de quienes no se han acostado aún como de los que acaban de despertarse. De los que miran la tierra buscando sus muertos y de los que imploran al cielo para que todo se quede como está y rogando conmiseración, perdón y olvido. De los antiguos que vivieron y de los nuevos que acabamos de llegar. 

Soy de los de las ojeras de recién despierta, y de los de las sonrisas desencajadas. Y me da miedo cuando me hago las preguntas porque conozco muchas de las respuestas.  

Tenemos que hacer un pacto que trascienda a que Lorca no esté en su fosa, a los eternos crucifijos de los colegios.

Porque ya está bien de las cosas re-sentidas. De volver a caer en los mismos rencores y las mismas inquinas. Ya es suficiente de sentimientos conocidos y desagradables, de saber lo que va a pasar pero prolongar la gresca hasta derribar al contrario. No. No se trata de derribar, ni de vivir cosas no auténticas: ¿“Nonovios”?. “¿Te importaría?”, me preguntaste una vez. Pues claro hombre, pues claro… Quiero vivir de otra manera, quiero ser comprendida, por lo menos eso. Me gustaría haberte dado una buena Navidad, pero es que quiero la mía propia.

– ¿Duermes?

– Ya no.

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