Y qué si levanto la voz, Belén Zurbano Berenguer para Sevillaactualidad
Como, a pesar de algunas gotas caídas en estos días, aún sigue haciendo un calor de justicia –que vaya expresión por cierto-, señal de que vivimos lo que en mi tierra se conoce como “el veranillo del membrillo”, me voy a permitir el lujo de inaugurar sección con una de veranito. A ver si así tarda más en cambiar el tiempo, que las nubes y el frío me ponen muy triste.

Belén Zurbano Berenguer. El verano que tras el copioso gazpacho y el “pescaíto” frito, cojamos el mando de la tele y, ¡oh,! , no encontremos “deportes” –vale cualquier modalidad, yo misma me crié con el “uh, ah” de la Sánchez Vicario- entonces, y sólo entonces, se dará en España una de las condiciones exigibles para una verdadera crisis nacional. No hay muchas como esta patria mía tan querida, que más allá de ser una “España como problema” [Laín Entralgo] se nos suele aparecer como un “no me jodas [España] con problemas”.

Lo hemos visto en esta crisis: paro, despidos, endeudamiento familiar… Pero, al final, fallar no fallan la tortillita de patatas y la cervecita al medio día –y sólo faltaría, encima- y es que sobre todo, no nos fallamos en esencia. Esa esencia configurada por el cúmulo de costumbres que nos hacen tan nosotros, tan españoles. Y de entre ellas, el veraneo. Eso sí, amén de los deportes, que en las noches calurosas siempre hay fútbol, y que en mi patria es tan sabido que las interminables siestas las amenizan juegos europeos, olímpicos, tenis o ciclismo, como el padre nuestro o que en Navidad se come jamón.
Ese veraneo, que en tiempos de crisis es potencialmente recalificable como “ingeniería familiar”: o de cómo meter a 15 en un apartamento para 4.  Recuerdo que hace algunas semanas, cuando aún no había perdido de vista la inmensidad del océano, es decir, cuando seguía de vacaciones, escuché –por casualidad, como nos pasa siempre a los periodistas- a unas mujeres que subían cargadas de neveras y juguetes por las maderitas de la playa. Repartían el escaso espacio de su piso alquilado para la quincena ante la más que previsible llegada de más familiares. Y digo “más familiares” porque el grupo en el que ellas se incluían ya debían ser, críos bien “enarenados” incluidos, lo menos 8. 
Total, que si Pepe y Juan dormían juntos, los “nuestros” en los sofás y sacaban la colchoneta inflable y la ponían en la entrada…pues, que creía que ya cabían todos. Aún les queda el baño, pensé yo, adepta a la filosofía del “donde caben dos caben tres” tan popularizada por Ikea y que sin embargo es parte de nuestra más honda tradición nacional. Y si no que me digan qué madre no ha dicho eso mismo alguna vez.
Y en esas estamos, que el verano son deportes y playa. Que movilizarnos por la crisis: no mucho; que aquí, seguir, todo sigue igual –qué íbamos a hacer, ¿lanzarnos a la calle a reventar bancos?- pero que, si de no cambiar se trata, entonces, que nos quedemos igual igual. O sea, que el veranito nos pille en chanclas, con arena hasta en el paladar, y por favor, con nuestros deportes.
 
Sin esto, un verano, un verano nuestro, sería aún más difícil de soportar. Así que… sigan con la programación, no derriben apartamentos de primera línea que tan baratitos se han quedado con esto de la crisis, dupliquen la producción de neveras –que para el chiringuito ya no tenemos- y de colchonetas inflables –que dan el apaño “lo mismo para un roto que para un descosido”- y por favor, no nos jodan el veraneo que como nos dé por desvelarnos en la siesta y no estemos en la playa, y con los deportes en el televisor de fondo, entonces, vamos a abrir los ojos de verdad, y entonces, prepárense.