No sé si será por falta de crítica, flojera mental o por algún otro mal endémico de nuestra sociedad, por lo que el término ‘medio ambiente’ se ha fijado en nuestro vocabulario a pesar de ser una redundancia originada por un error. Medio, ambiente y entorno son sinónimos. En algún momento se produjo un error en la transcripción del vocablo anglosajón ‘environment’ al ser traducido al castellano; ‘medio’ y ‘ambiente’ pudieron aparecer sin coma entre ambas palabras y, lo que podría haber sido una sugerencia de elegir entre medio o ambiente como traducción de ‘environment’ acabó siendo la aberración semántica a la que ya estamos acostumbrados. El remate del tomate es utilizarlo como adjetivo (como en contaminación medioambiental cuando el calificativo debería ser contaminación ambiental a secas).

A finales de la década de los sesenta del pasado siglo, el gobierno sueco propuso convocar una conferencia bajo los auspicios de las Naciones Unidas para buscar una solución a los problemas del entorno humano. Una ambiciosa meta cuando la primera potencia mundial del momento, Estados Unidos, vivía sumergida en la masacre de Vietnam. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano se celebró finalmente en Estocolmo, del 5 al 16 de junio de 1972, y figura como la primera cumbre mundial que buscaba dar un criterio racional a los problemas del entorno humano. A este hito le siguió una larga serie de cumbres y conferencias promovidas por las Naciones Unidas, actualmente archivadas bajo el epígrafe ‘Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible’.

Según proclamaba la resolución: los dos aspectos del medio humano, el natural y el artificial, son esenciales para el bienestar del hombre y para el goce de los derechos humanos fundamentales, incluso el derecho a la vida misma. Por tanto, en la otra mitad del ‘medio ambiente’ estaría el entorno puramente natural si no fuera porque ya no queda absolutamente nada en el planeta que no esté directa o indirectamente afectado por las actividades humanas. No cabe duda de que nuestro entorno humano se ha extendido ya al planeta entero.

Imagen de la característica explosión en forma de hongo de una prueba nuclear en el desierto de Nevada (EEUU) en 1953 / Wikipedia
Mapa con la localización de las detonaciones nucleares realizadas entre 1945 y 1998 por EEUU (celeste), Unión Soviética (rojo), Francia (azul), Reino Unido (morado), China (amarillo), India (naranja), Pakistán (marrón), y desde 2006 hasta la actualidad por Corea del Norte (verde oscuro). En verde claro, los países que han soportado en su territorio pruebas nucleares de potencias extranjeras: Algeria (de Francia), Australia (de Reino Unido) y Japón (de EEUU) / Wikipedia

Medio siglo después, cabe preguntarse ¿Cuánto ha empeorado nuestro entorno desde aquella visionaria cumbre mundial? O más fácil de enumerar: ¿Se ha mejorado en algo? El Plan de Acción de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano contaba con 26 principios (muy parecidos a los Objetivos del Milenio en los que persevera esta organización mundial). 109 recomendaciones con los pasos a seguir para alcanzar las metas, incluidas disposiciones institucionales y financieras, y tres resoluciones conjuntas aprobadas por aclamación. La primera: solicitar a la Asamblea General de las Naciones Unidas que designara el 5 de junio como ‘World Environment Day’. También traducido al español como ‘Día Mundial del Medio Humano’, ha terminado derivando en Día Mundial, del dichoso, ‘Medio Ambiente’.

En la segunda resolución tomada en 1972 se puede leer: «condenar los ensayos de armas nucleares, especialmente aquellos que se realicen en la atmósfera, ya que puedan conducir a una mayor contaminación del ambiente». Pues sí, una serie de países desarrollados se dedicaban a hacer pruebas nucleares en atolones, desiertos, subsuelo y fondos marinos allende sus fronteras, con la intención de publicitar su industria bélica a clientes como Pakistán, India e Irán.

Lo que ahora nos parecería de lo más lamentable era el pan nuestro de cada día para las grandes economías postcolonialistas. Al fin y al cabo llevaban, al menos un par de siglos, conquistando territorios ajenos sin muchos miramientos con los pobladores nativos. Tampoco es que los regímenes soviético y maoísta se quedaran atrás en pruebas nucleares, sino que procuraban estar a la par con sus archienemigos en propaganda armamentística. En total, entre 1945 y 1998, el ambiente ha tenido que soportar más de dos mil detonaciones nucleares. Una delicia. Afortunadamente, en eso se ha quedado solo Corea del Norte que es el único país que sigue realizando pruebas nucleares para disfrute de un régimen despiadado y obsoleto.

El buque Rainbow Warrior a la mañana siguiente de ser hundido por agentes secretos franceses en el puerto de Auckland (Nueva Zelanda) en 1985. Fuente: Greenpeace/John Miller.

Francia, ella solita, ha regalado 210 detonaciones nucleares al planeta Tierra y sus habitantes presentes y futuros. Y lo ha hecho casi de tapadillo si no fuera por un hecho que jamás se olvidará para oprobio eterno del país galo. En 1985, la capitán del Ejército francés Dominique Prieur (alias Sophie Turenge, y actualmente Dominique Maire) junto con Alain Mafart, oficial de la muy inteligente Dirección General de Seguridad Exterior de la República Francesa, se hicieron pasar por una amorosa parejita de turistas que paseaba por el puerto de Auckland (Nueva Zelanda) para luego perpetrar con nocturnidad y alevosía la detonación de dos minas submarinas en el buque Rainbow Warrior.

El capitán y toda la tripulación se encontraban a bordo, pero Fernando Pereira, fotógrafo de Greenpeace, no consiguió salir del barco semihundido y murió ahogado. Greenpeace iba rumbo al Pacífico Sur para protestar por las pruebas nucleares que Francia llevaba a cabo en la Polinesia francesa. Terrorismo de estado en toda regla que el presidente Mitterand no supo digerir y enturbió aún más el asunto con una guerra diplomática y económica contra Nueva Zelanda, país que clamaba justicia tras arrestar a la pareja de agentes secretos. En el lenguaje militar infantiloide de la llamada ‘Operation Satanic’, el ministro de Defensa francés Charles Hernu ordenó «neutralizar» el Rainbow Warrior para impedir que Greenpeace alterara los planes franceses de pruebas nucleares en el atolón de Mururoa, previa autorización directa de Mitterrand, gran estadística, a quien se le han ido destapando escándalos de todo tipo una vez dejó de detentar el poder (y me refiero a Françoise, no a Frederic, otro que tal baila).

Foto de uno de los ensayos nucleares realizados por Francia en el atolón de Mururoa, en 1971. Fuente: BILDERWELT/GETTY

Como era de esperar, las grandes potencias se abstuvieron o votaron en contra de esta resolución que, en cualquier caso, no fue obedecida hasta los albores del siglo XXI. Estados Unidos se abstuvo porque estimaba que el tema del control de los armamentos debía tratarse en otros órganos más apropiados, es decir, donde ellos tuvieran más poder para decidir el fondo y la forma de las declaraciones. China manifestó que votaría en contra porque no tenía más remedio que efectuar ensayos de armas nucleares para su defensa propia, ya que las superpotencias proseguían la carrera de armamentos, pero que, contrariamente a las superpotencias, se había comprometido a no ser la primera en emplear dichas armas. Lo siento China, no cuela, no se puede nadar y guardar la ropa.

Francia optó por la pose del típico Estado que asegura tenerlo todo bajo control (eso era, claro, doce años antes de que la ‘Operation Satanic’ les explotara en la cara). Hizo hincapié en las limitaciones que había impuesto a sus propios ensayos nucleares a fin de que no rebasaran nunca el nivel a partir del cual podrían ser peligrosos para la salud del ser humano o para el medio (nótese que «podrían» es un verbo conjugado en condicional, es decir, podrían ser peligrosos o no, vete a saber).

Francia votó, en contra de la resolución porque decía tener un sistema mundial de vigilancia de las radiaciones, cuyos resultados se ponían cada año a la disposición del Comité Científico de las Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas, y nunca se habían recibido protestas de ese órgano. Más aún, había consultado a científicos de otros países sobre sus ensayos. Quizá había consultado a los científicos de Gabón, país bajo la esfera del colonialismo francés tras su independencia en 1960 que también votó en contra argumentando que existía una excesiva psicosis por el temor a las armas nucleares.

Bélgica rizó el rizo de la diplomacia. Aprovechó que Méjico había indicado que la resolución se quedaba corta y debía incluir todo tipo de ensayos nucleares e, inlcuso, controlar el transporte de armas nucleares por cualquier vehículo. Entonces Bélgica manifestó que se abstendría en la votación porque la declaración era sólo parcial y no abarcaba todos los ensayos de armas nucleares. Méjico, en cambio, al igual que Argentina y Uruguay, votó a favor de la prohibición pese a que no fuera todo lo completa que hubiera deseado.

La delegación de Italia pidió también que constara que el Gobierno de Italia se había esforzado incesantemente por conseguir la prohibición de los ensayos de armas nucleares de toda índole. Pero, por considerar que no era procedente tratar la cuestión del desarme en la Conferencia y que ello podría impedir el progreso en otras esferas, Italia había decidido abstenerse en la votación sobre el proyecto de resolución. Dicho proyecto fue sometido a votación nominal y aprobado por 56 votos contra 3 y 29 abstenciones. Adivina, adivinanza qué votó España. ¿Se abstuvo como Bélgica, Italia, Grecia, Reino Unido y la República Federal de Alemania, ente otros? ¿O se alineó con Dinamarca, Finlandia, Irlanda, Noruega, Suecia y Portugal para, junto con otros 50 países más, solicitar a todos los Estados que se proponen llevar a cabo ensayos de armas nucleares que renuncien a tales planes?

Parafraseando el famoso aforismo «No queremos medio ambiente, lo queremos entero», habría que decir: «no tenemos medio ambiente, tenemos uno entero, no tenemos un entorno humano separado de otro natural. Sólo tenemos un planeta, y es nuestro hogar, a ver si nos enteramos».

Profesora Titular de Ecología, Dep. Biología Vegetal y Ecología (Universidad de Sevilla) y colaborada en el proyecto TRANSDMA. "Proyecto de la Universidad Pablo de Olavide financiado por la Consejería...