Quizás uno peque de romántico, pero hace ya tiempo que la cultura viene recibiendo un maltrato sistemático y afianzado. Y no me refiero al 21% de IVA, sino a la degradación de la cultura como objeto de entretenimiento.

Las creaciones artísticas surgen como una respuesta del ser humano frente al sufrimiento. Ya Aristóteles en su ‘Poética’ otorgaba a la literatura el concepto de mímesis de la realidad, bien para evadirse de ella, bien para entenderla. Es cierto que la cultura puede funcionar como un entretenimiento, pero no debe quedarse sólo en eso, ya que dicha degradación hace que termine equiparándose con otros elementos destinados a tal fin, como aquellos medios audiovisuales que únicamente requieren en su usuario un papel pasivo entregado a unos mundos donde no son necesarias la reflexión o el razonamiento, entre otras cualidades.

La cultura, además del enriquecimiento del espíritu, crea individuos libres y felices, desarrolla la capacidad de pensar y el espíritu crítico.

Este proceso de banalización cultural, de su degradación como entretenimiento, es un factor claramente provocado por los Estados, ávidos de individuos dóciles y manipulables.

Como ejemplos: la publicación de ‘La cabaña del tío Tom’, de Harriet Beecher Stowe, provocó cambio en la mentalidad de la sociedad norteamericana a favor del antiesclavismo que terminó derivando en la Guerra de Secesión y en la abolición de los esclavos. O las obras de Jane Austen o Carmen Martín Gaite, en el caso de España, contribuyeron al desarrollo de la mentalidad feminista y a la lucha por la equiparación de derechos entre hombres y mujeres.

Degradar la cultura al rango de entretenimiento provoca, entre otras cosas, que las personas, sobre todo los jóvenes, se decanten por otras formas mucho más accesibles para ellos. Pero cuando deciden acercarse a objetos culturales, el mercado ya ha hecho su particular criba desechando las obras que favorecen el desarrollo del libre pensamiento con productos fáciles y consumibles, destierra, por ejemplo en el caso de la música, la canción protesta favoreciendo géneros como el Reggaeton, donde incluso la imagen de la mujer sale bastante maltratada, o en la literatura los grandes best-seller, obras destinadas exclusivamente al objeto de entretener, ven favorecida su difusión con grandes campañas de marketing que ninguna obra literaria consecuente con los objetivos reales de la cultura haya tenido nunca.

La banalización de la cultura conlleva que el artista o creador a veces sea considerado casi como un mero bufón/entretenedor del cual no se valora su trabajo. Últimamente, y al abrigo de las redes sociales, nacen escritores y artistas casi cada minuto cuyo único esfuerzo para sus creaciones supone pulsar el botón izquierdo del ratón o la tecla intro, desconocen las horas e incluso los años, que supone la confección de una obra literaria, las exigencias de nuestro yo-corrector e incluso el empleo adecuado de las técnicas y la supervivencia en el fango que supone adentrarse en un proceso creativo.

El verdadero cambio social y político debe partir del desarrollo de conciencias críticas y comprometidas, y esto sólo puede conseguirse si la cultura deja de ser objeto de entretenimiento, como principal fin, y regresa a los cánones para los que fue concebida: los de crear individuos inteligentes, libres y felices.

Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...