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Crítica. La película francesa dirigida por la dramaturga Yasmina Reza constituye una aborrecible muestra de cómo desaprovechar un notable elenco de actores y una historia que podría haber llegado ser una entretenida trama de enredo.

Jesús Benabat. Las decepciones son siempre más dolorosas cuando las expectativas suscitadas son más elevadas. A primera vista, la película francesa Chicas cumplía con una serie de requisitos que la englobaba entre las posibles joyas del Festival de Cine Europeo de Sevilla, sin embargo, el resultado no podía ser más desolador.

La dramaturga Yasmina Reza, toda una institución en Francia gracias a obras treatales de inestimable valor que han traspasado fronteras e incluso se han representado en España (Arte es solo un ejemplo), debuta con esta película tras las cámaras en lo que ha podido ser una aventura demasiado arriesgada. Parecía que la adaptación cinematográfica de una de sus piezas, cuyo guión firma la propia Reza, no planteaba serios inconvenientes para alcanzar un éxito más, en esta ocasión, en la íntima oscuridad de una sala de cine. Nada más alejado de la realidad; Chicas fracasa estrepitosamente tanto en el aspecto formal como en la obstusa e irritante historia que se fuerza en narrar sin el más mínimo ápice de coherencia.

Y lo hace a pesar del notable reparto que da vida a los exasperados personajes de la trama, desde el veterano y siempre correcto André Dussolier hasta la sensual Emmanuelle Seigner (cómo olvidar ese sugerente juego de seducción con Peter Coyote en Lunas de Hiel), pasando por la española Carmen Maura, verdadero vértice sobre el que se compone la película. Todos ellos, junto al resto de secundarios, componen una estrambótica familia donde se pone el acento en la figura de la mujer, retratada en diferentes edades; la matriarca, quien descubre el amor inesperadamente en un abnegado viudo de buen porte, interpretada por Maura, y sus tres hijas, diferentes en muchos aspectos pero con un nexo de unión, una inestabilidad que aflora en cada uno de sus excéntricas actitudes.

Finalmente, todo queda en una confusa amalgama de situaciones rocambolescas en el seno de una familia loca de atar de la que el espectador se desentiende e incluso llegar a aborrecer. Sorprende que la Sección Oficial del Festival cometa estos errores de selección y programe películas muy alejadas de un cierto nivel cualitativo. De hecho, tras finalizar la proyección, el silencio se adueñó de la sala e incluso se pudieron escuchar algunos silbidos muestra del descontento provocado por la propuesta de Yasmina Reza.

Y es que la propia directora aseguraba hace tan sólo dos días en la presentación del Teatro Lope de Vega que con Chicas su intención «era seguir un camino personal y disfrutar de su libertad creativa, por encima de conseguir el beneplácito de la crítica o el público» dejando de manifiesto que nunca intentó realizar una película comercial, sino íntima. Lo cierto es que las introspecciones y las búsquedas del «arte» deben quedar ahí, en la intimidad, y así ahorrar el tiempo y el dinero de muchos espectadores que agradecerían otro tipo de productos más «comerciales».

El Festival se sigue consumiendo al ritmo que las esperanzas en hallar una buena película, al fin, se desvanecen.