Cuando viajo no me gusta comparar; intento disfrutar el sitio donde me encuentre y no ponerlo en el microscopio junto a Sevilla. He comprobado que en ocasiones el sevillano es muy dado a ir comparando su ciudad con otras, que generalmente a su entender, pierden por goleada.

Sin embargo últimamente mi miedo es el opuesto; temo que las ciudades puedan meterle a la mía un gol por la escuadra. Evidentemente, para mí, esta bendita urbe es el lugar más maravilloso del mundo, capaz de las más deslumbrantes luces, y de las más oscuras sombras, en ocasiones muy abundantes estas últimas, pero con todo, adoro el lugar donde nací. Pero siempre hay elementos objetivos, empíricos, susceptibles de ser comparados y… es difícil frenarse en esos momentos… Conste que hablo de comparaciones lógicas, medir a Sevilla con Londres podría ser exagerado, para empezar por una cuestión de tamaño.

Hace unos días regresé de Burdeos; ciudad no muy turística del sur del país vecino. Quizás Francia está muy monopolizada por París y por eso se me antojaba que la capital del vino era algo desconocida; y esta idea se amplificó cuando recorriendo sendas e importantes librerías, no fui capaz de encontrar una guía de dicha ciudad. Como mucho un mapa de carreteras de Aquitania, y una remota guía escrita en francés que por suerte el dependiente no encontró, porque yo ni por asomo iba a aviarme con eso… Gracias a Internet, encíclica del siglo XXI, pude conformar mi propia guía, buscando y rebuscando, leyendo recomendaciones y opiniones en blogs, foros y demás. También contaba allí con una amiga y varios de sus compañeros Erasmus que pese al mito de las fiestas y los ligoteos que se le suponen al tópico de esta beca, estaban bastante ubicados en la ciudad.

Burdeos es limpia y bella. Burdeos hierve de vida, sus calles siempre están llenas, sus tranvías atestados. Pero lo dicho, es limpia pese a la gente, y sus edificios están convenientemente adecentados y restaurados. El tranvía puede llevarte a casi cualquier lugar, y donde él no llega, hay más de setenta autobuses para cubrirlo, y cerca de veinte líneas nocturnas. El bono semanal sale por unos ocho euros para los residentes, diez euros si no lo eres, y sirve para cualquier transporte. Tampoco es una ciudad excesivamente grande, aunque sobre todo es manejable. Su centro está plagado de calles peatonales, hay tráfico moderado para residentes o comerciantes, pero generalmente es agradable pasear entre el bullicio y las tiendas.

No se pueden comparar las ciudades, no se deben comparar… Los procesos arquitectónicos, sociológicos, culturales e incluso bélicos conforman la fisonomía de las urbes y el futuro desarrollo de estas, pero a veces, cuando tras veinte minutos escasos en un transporte rápido, ecológico y barato, te bajas en pleno centro y miras a tu alrededor, llegas a plantearte ¿Es tan difícil que Sevilla tenga esto?

El gobierno del ayuntamiento que se fue se quedó en un quiero y no puedo, y el que ha entrado me provoca recelos más que suficientes como para creer que la cosa mejore. Tal vez sí, es muy difícil que Sevilla tenga algo parecido a lo que he visto estos días.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...