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El Sevilla cayó con la cabeza bien alta ante un Madrid que se aprovechó de una superioridad numérica de nueve minutos en la primera mitad, por una hemorragia de Krychowiak. Con el partido muy cuesta arriba, el equipo se sobrepuso y aculó con raza al Madrid hasta el final sin la suerte que mereció.

Hay muchas formas de perder y el Sevilla, como campeón que es, lo hizo como los grandes, sobreponiéndose a los desgraciados golpes que le propinó un partido en el que comenzó intimidando y que acabó perdiendo, aculando a un Madrid que rentabilizó con creces la superioridad numérica que tuvo durante nueve minutos en la primera parte, después de que Krychowiak se tuviera que retirar del campo por una hemorragia propiciada por un choque con Sergio Ramos. Hasta entonces el Sevilla había sido dueño y señor, pero el Madrid aprovechó su momento, metió dos goles y puso el partido en suerte. El Sevilla lo intentó, hasta dos veces recortó el marcador, sudó y peleó el empate, pero el fútbol tiene esas cosas y no siempre sonríe a quien lo merece.

No siempre gana quien hace más méritos. El fútbol tiene un lado cruel, muy desagradable, que esta noche le tocó sufrir al Sevilla. Al final, lo que vale es lo que indica el marcador, porque de los entresijos no se acuerda nadie. Pero eso no quita para que las cosas se cuenten como son. El Sevilla cayó con orgullo, dando la cara en unas circunstancias más propicias para derrumbarse, algo que indudablemente tiene mucho mérito. Y sobre todo el Sevilla cayó siendo mejor, con una primera media hora brillante, metieno miedo al Madrid, con un Reyes soberbio, buscándo las cosquillas continuamente con ese último pase estremecedor que desangra a los rivales. Sólo la falta de pericia para definir lo mucho que se generaba impedía un resultado favorable. Pero entonces llegó la jugada clave del partido. Al filo de la media hora Krychowiak con Sergio Ramos. El polaco se retira con una hemorragia que no se corta. Y el Madrid se aprovecha de su superioridad numérica, sobre todo en un primer gol que llega por la banda derecha local, desguarnecida por la presión de Vidal en el centro. El Madrid no pudo rentabilizar mejor los nueve minutos en los que jugó con uno más. Dos goles y desconcierto absoluto en un Sevilla que quedó por instantes grogui.

Un equipo del montón, incluso un buen equipo, se hubiera desplomado con esos minutos fatales en los que el partido se había diluido como un azucarillo de forma tan desalmada. Pero este Sevilla tiene mucha madera, su pasta es de campeón y los campeones no se rinden nunca. Y no lo hizo. Mbia y Bacca tuvieron el 1-2, pero el tanto de la esperanza acabaría llegando justo antes del descanso, con un penalti de Ramos sobre Vidal que transformó Bacca. 1-2 y a pelear en la reanudación. Ése era el plan y con esas salió el Sevilla, con unos primeros diez minutos intensos, embotellando a los merengues a base de saques de esquina e intententándolo desde fuera. Sin embargo, cuando el empate parecía cercano, Cristiano Ronaldo dio un nuevo aguijonazo, esta vez once contra once, y dejó el partido al filo de lo imposible con veinte minutos por delante.

Emery sacó a Iborra y a Gameiro buscando reactivar a un equipo que se resignaba a su suerte, mala suerte en realidad. Y el Sevilla lo volvió a hacer. Una rápida salida de Aleix Vidal, apoyándose con Denis, que también había entrado desde el banquillo, acabó con el catalán asistiendo atrás para que Iborra, una vez más, hiciese el 2-3 llegando desde la segunda línea. De nuevo el Sevilla se metía en el partido, y lo hacía de lleno, achicando al Madrid, que paraba los arreones como buenamente podía. La igualada se intentó de todas las formas, se rozó por instantes con varias jugadas embarulladas que quedaron en nada por muy poco, pero este partido no había sido el del Sevilla hasta ese momento y no lo iba a ser en el tramo final. Hubo épica, pero el premio se acabó resistiendo. Pese a ello, cero reproches para un equipo que dejó el alma, que volvió a competir al extremo, que una vez más tiró de raza para sobreponerse a los golpes, golpes duros, crueles incluso… Pero el fútbol tiene estas cosas, no siempre gana quien lo merece. Y si se tiene que perder, hay que perder así, como los grandes, quemando cartuchos hasta el final, bravo, irreductible, con el pecho por delante. Así este equipo ganará casi siempre, porque por lo general ganan los que mejor juegan, aunque este sábado ante el Madrid no ocurriera así.