El duelo de máxima rivalidad regresa a Nervión tres años después en un clima de total cordialidad. El Sevilla es el único que todavía se juega algo importante.
El fútbol merece la pena por partidos como el de este miércoles, partidos únicos, partidos que anulan pronósticos e interpretaciones porque una vez que el balón echa a rodar durante 90 minutos todo es posible, con independencia del nivel o la clasificación de los dos contrincantes.
En definitiva, esta noche en Nervión se juega un derbi, uno de esos encuentros que hacen buenos todos los tópicos que rodean el mundo futbolístico y que no siempre se cumplen. Y como derbi que es, la suerte final se decidirá por pequeños detalles, matices corrientes que se convierten en claves… De ahí a que el apoyo de la afición -el factor campo-, tome una relevancia básica para que el Sevilla pueda lograr su victoria número 51 ante el eterno rival.
El derbi 114 se presenta con las urgencias con las que el Sevilla vive este último tramo de la campaña. El equipo de Míchel necesita un tres de tres para poder tener opciones europeas la próxima campaña, de modo que un error ante el Betis le dejaría en una posición muy delicada.
Los verdiblancos, con una meritoria salvación en la buchaca, llegan, en cambio, al choque sin presión, sólo con la lógica ambición por ganar al vecino. Todo ello, tal vez lo mejor, con un clima de cordialidad absoluto entre las dos entidades, como debe ser.
Pero volviendo a lo estrictamente futbolístico, es obvio que hay uno que se juega más, mucho más, que el otro, porque repetir en Europa por noveno año consecutivo es un hito por el que hay que luchar. Y es en ese elemento diferenciador en el que se tiene que amparar el Sevilla para salir victorioso.
Un derbi es un derbi, ambos conjuntos saldrán al campo con una motivación mucho mayor de lo habitual y la igualdad será máxima.