Manuel Jesús Roldán presenta su primera novela: «Cara de ángel» - Álvaro Fedriani Cabezas

«Me duele todo». Con esta frase que dijo el rey Carlos II, el Hechizado, en el momento de su deceso, según recogen sus propios biógrafos, comienza el historiador del arte Manuel Jesús Roldán su nuevo libro: Cara de ángel. La Roldana (1652-1706).

Esta novela, la primera que ha escrito el profesor sevillano, pueden leerla, en su opinión, «tanto los que conocen la vida de la escultora Luisa Roldán, La Roldana, como los que no tienen ni idea y, en general, quienes quieran acercarse a la Sevilla del siglo XVII», es decir, se trata de un texto que «está al alcance de todos».

El escritor, pese a compartir el apellido, no está emparentado «que sepa» con Luisa o su padre. Confiesa que el porqué del género se debe a que «me estoy haciendo mayor y se me ha quitado la vergüenza y las dudas que tenía de hacer una novela».

Además, con ella, busca descubrir a una mujer que, pese a su sobrada representación y sus esfuerzos por permanecer en la memoria común, es una artista olvidada. «En Andalucía occidental es conocida, pero tienen que venir Madrid y una australiana, cuya tesis he rescatado en el proceso de documentación, a explicarnos la valía de Luisa», lamenta Roldán. El escritor denuncia que «hasta hace pocos años no hemos tenido una pieza de La Roldana en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, su ciudad natal, con la que firmó su San Miguel».

Cara de ángel traslada al lector, en primer lugar, a la muerte de Luisa Roldán. La escultora barroca, postrada en su lecho, reconoce que «es tiempo de verdades. De dejar la casa sosegada. De quedar en paz con Dios y hasta con los hombres…» La elección, por parte del novelista, de esta estructura narrativa que arranca en un momento de máxima tensión personal, responde al salto que, unas páginas más adelante, dará hacia la vida de Luisa. Un retroceso que, como si de un estudio vital se tratara, devuelve a la escultora a un pasado «que olía a madera de cedro».

Una mujer en un mundo de hombres

Luisa Ignacia Roldán Villavicencio, conocida con el paso del tiempo como La Roldana, fue la tercera de las seis hijas que tuvo el insigne escultor sevillano Pedro Roldán (1624-1699) en su matrimonio con doña Teresa Villavicencio.

La Roldana, ha recordado el profesor, «fue una triunfadora que vivió su vida en libertad» y cuya infancia estuvo marcada, gracias al carácter aperturista de su padre, por la «igualdad y la excelencia», como demuestra el hecho de que fuera educada «al nivel de sus otros dos hermanos».

La artista nació en una Sevilla desgarrada por el recuerdo reciente de la epidemia de peste del año 1649, la más grande que recuerda la ciudad, que acabó con la vida de la mitad de la población. Sin embargo, cuenta el autor de la novela que, desde pequeña y en el taller de su progenitor, Luisa «aprende a leer y a dibujar, los conceptos básicos del tratamiento del barro y la madera y los conocimientos iconográficos necesarios para el oficio».

La presencia de Pedro Roldán, «uno de los grandes creadores de la segunda mitad del siglo XVII», es fundamental tanto en su vida personal como para su faceta de artista. Aunque, pese a aprender con y de él, Luisa termina superándole en «varios aspectos como el manejo del barro y las imágenes en pequeño formato o la delicadeza y la sensualidad de sus obras», afirma el historiador del arte.

Esa influencia paterna se ve reflejada en Cara de ángel, cuando Luisa Roldán recibe la noticia de su muerte y declara: «El mejor escultor de su época. El mejor padre, a pesar de sus reticencias, recelos y rarezas. Supo ver más allá de mi ceguera, supo enseñarme a ver la vida con ojos de creador, a buscar la trascendencia, a encontrar a Dios en las cosas cotidianas. (…) He sentido el dolor en muchas ocasiones, pero esta fue diferente. Era un vacío. Una ausencia. Una nada».

El otro hombre de su vida fue su marido, Luis Antonio de los Arcos. «Un personaje», como lo define el historiador del arte, del que Luisa se enamoró tercamente cuando ambos eran aprendices en el taller de su padre.

Pedro Roldán, en cambio, nunca secundó esa relación, porque no confiaba en Luis. Sin embargo, Luisa se terminó casando sin su consentimiento. La verdadera cara de De los Arcos no tardó en revelarse, confirmando los recelos de su suegro.

La principal fechoría de Luis fue engañar a su mujer durante 13 años alimentando, como se reconoce en el texto publicado, «una boca bastarda». La Roldana se vengó de su marido a través de su mejor obra, también la favorita del autor del libro, El arcángel san Miguel venciendo al demonio. En esta, «ella es el bien, es decir, San Miguel arcángel, y su marido el mal, encarnado en la figura del demonio», asegura el sevillano.

Dolor y dudas

La infidelidad de su marido no fue el único pasaje doloroso que sufrió Luisa en su vida. Ella vivió el dolor de una forma muy cercana, soportando la muerte de varios de sus hijos. «De los siete que tiene, al menos cuatro mueren, y dos lo hacen en el mismo mes. Lo que le provocó, seguro, un dolor intenso que debió reflejar en sus esculturas», subraya el novelista. Roldán apunta que Luisa también vivió la belleza y la pasión porque «cuando alguien representa en sus obras el dolor, la belleza y la pasión de una forma tan clara es porque las ha vivido».

En el libro, La Roldana se enfrenta en numerosas ocasiones a las dudas. «Duda sobre si ha tomado el mejor camino. Duda sobre si sus esculturas pueden mejorar y duda de su marido». El novelista confiesa que, como en la vida de la imaginera, en el manuscrito «la duda es un leitmotiv que confiere salseo y entretenimiento al libro».

Podría decirse que la duda lleva el hilo conductor de la historia. Esa duda se presenta disfrazada a lo largo de las 300 páginas que tiene el libro. «Luisa narra en primera persona y reflexiona aportando su impresión de los hechos en los capítulos más importantes: aquellos en los que le suceden cosas que jamás olvidará», explica el autor, quien comparte la dificultad que le ha supuesto adentrarse en la mentalidad de «una de las artistas más cotizadas a nivel mundial».

Manuel Jesús Roldán, autor de «Cara de Ángel» / Álvaro Fedriani Cabezas

Eternamente Luisa

Durante toda su vida, La Roldana se obsesiona por reivindicar su obra. De hecho, «hay momentos en los que ella se levanta y se revela porque no se le reconoce su obra». Es ahí cuando comienza a «introducir papeles que acreditan su autoría dentro de sus esculturas». Ella quiere ser eterna, pervivir, de la mano de su obra artística.

El reconocimiento es algo importante en su vida. Un reconocimiento que llega en primer lugar con su traslado a Cádiz, «porque ella no quiere seguir siendo alguien más del taller de su padre, que monopolizaba todo en Sevilla». En segundo lugar, la distinción le llega tras el nombramiento de escultora de la corte madrileña de Carlos II y Felipe V, «cargo con el que firma en el pie de San Miguel, el lugar más visible».

La corte se convierte para Luisa en un lugar de sufrimiento. Hecho que se hace patente en uno de los capítulos cuando se define a sí misma como una «extranjera en mi patria». Aunque también en «las cartas que escribe a los reyes reconociendo que no le llegaba para comer».

La escultora que había tallado las mejores imágenes de Sevilla y Cádiz «conoce en Madrid la necesidad económica», porque como explica el historiador del arte, «la corte madrileña, provinciana y cateta, pagaba mal y tarde». Ese fue uno de los motivos por los que la artista se lanzó a trabajar en pequeño formato para duques y marqueses.

Cara de ángel termina con las últimas palabras de Luisa Roldán, todo un testamento a la inmortalidad: «Muero a los ojos de los hombres. Vivo en mis obras. Su recuerdo es mi vida. Por los siglos de los siglos. Amén».