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La película del húngaro János Szász conmovió en su estreno en el Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF), con una historia de finales de la Segunda Guerra Mundial.

Poco queda por escribir o rodar de las dos guerras más sanguinarias que ha podido vivir nuestro planeta. Cambian los enfoques, los puntos de vista, la ideología, pero el fondo siempre es el mismo: injusticia, sinsentido, horror.

János Szász no pretende dar una visión innovadora, ni reflejar la masacre provocada por uno de los bandos, en este caso de la Segunda Guerra Mundial. Simplemente muestra una historia: la de dos hermanos gemelos, Egyik y Masik, que han de esperar el final de la contienda en la retaguardia, junto a su asocial abuela, apodada ‘la bruja’. Y lo hace con frialdad, la misma que aparece en sus paisajes nevados, con silencios que conmueven, con elementos (el fuego, el propio cuaderno) que simbolizan la dureza de la situación.

‘El gran cuaderno’, estrenada ayer en el SEFF, está basada en una novela de la escritora húngara Agota Kristof, quien explicó hace años en una entrevista que el director danés Thomas Vinterberg (‘La Caza’, ‘Celebración’), había estado a punto de llevar su obra al cine antes que Szász, y que al primer libro le seguían otros dos hasta formar una trilogía (por lo que podría haber una secuela cinematográfica si así lo decidieran).

El film nos muestra cómo los dos hermanos, ante las duras condiciones que les ha tocado vivir, comienzan a entrenarse para soportar el dolor, para ocultar sus sentimientos, para saber qué es el bien y que el mal. Pese a estar alejados del campo de batalla, acaban convirtiéndose en pequeños soldados, preparados para sobrevivir a cualquier tipo de horror. Salvo el de la separación.

Porque ‘El gran cuaderno’ también es una historia de compañerismo, de la necesidad de encontrar humanidad allí donde no la hay. El director nos mueve a un ritmo aceptable para ser una película centroeuropea, pero a veces su manera de expresar la hostilidad de la época y el lugar, le lleva a componer escenas grotescas, que generan una comicidad involuntaria, levantando incluso alguna carcajada en la sala.

Un film que no está a la altura, ni pretende estarlo, de las grandes películas sobre la Segunda Guerra Mundial pero que, en el contexto del SEFF, podría aspirar a alzarse con el Giraldillo de Oro de la Sección Oficial. El tiempo lo dirá.

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