José Manuel Begines, autor de Belén./ SA

Entre las manos Lolita de Nabokov y las poesías completas de Antonio Machado, sobre los hombros una mochila con ropa interior, pantalones vaqueros y un par de camisetas y jerséis.

La historia de Diego Gómez comienza escapando: abandona a su mujer, sus dos hijos y la librería, el pequeño negocio que los sustentaba. Las huidas, al igual que la de Diego, poseen algo de organización espontánea; cuándo empezar a hacer la maleta, qué calcetines meter en ella, no olvidar el cepillo de dientes y, sobre todo, deliberar durante algunos segundos sobre si dejar o no evidencias de la deserción. A Diego, el protagonista de Belén (Ediciones Pangea), le bastó con un “estaré bien. Te quiero”.

“Más que un rebelde, Diego Gómez es un cobarde que huye de su propio miedo al futuro y al presente”, explica el escritor de la novela, José Manuel Begines (Los Palacios y Villafraca, Sevilla, 1979). Algunos, como el Dean Morarty de Kerouac, escapan para encontrarse así mismo o descubrir nuevos espacios y personas, otros como el jugador de Dostoievski acceden a las vías del escapismo a través de la ruleta y la pasión desmedida. Aquello que la mayoría comparte es la desazón, un vacío palpable que ha acabado por convertir sus días en una rutina rusa, dispuestos a disparar en cualquier momento el gatillo de la huida. Puede que las expectativas hayan tumbado a Diego y en esa caída haya volcado también el peso de una mujer en la que no consiguió encontrar el amor que sentía al comienzo.

“Todos dependemos de las relaciones sentimentales. Y Diego no es la excepción”, señala el autor de Belén quien, además de escritor, es profesor de Lengua Castellana y Literatura e investigador de “Teoría Lingüístico-Literaria”. Durante su huida, el destino coloca en el camino de Diego otro pueblo, Villadeyne, y otra mujer, Belén. Los planes del protagonista, como puede ocurrir en la realidad, se ven truncados por el deseo y la pasión. “No sé si lo que siente por Belén se puede llamar amor. Es algo que me gusta mucho cómo ocurre en la novela: los sentimientos obsesivos de Diego por Belén se van inflamando como consecuencia de las historias que sobre ella se cuentan en el pueblo, que sobre ella cuentan los hombres cerrados y cerriles que siguen repitiendo los cuentos eróticos narrados de generación en generación y que se alimentan de la esencia más instintiva y recalcitrante de los hombres, de una retórica del exceso”, explica el escritor de la obra.

Una historia “terrible, horrenda”, así califica el creador de Diego el impulso que arrastra al protagonista a abandonar a su mujer e hijos. Por ello, Begines opta por el uso de la tercera persona para “deslindarse” de la narración. “Con la historia en primera persona parecería incluso que se busca, como en Lolita, la empatía del lector con el protagonista de la novela”, explica el Begines. Durante la lectura de la obra, identificarse y comprender los sentimientos de Diego Gómez resulta una tarea sencilla e incluso involuntaria. Por un lado, la transparencia del deseo infantil pero sincero de Diego permite al lector imaginar entre los personajes su propia experiencia. Por otro, el bagaje poético de Begines lo conduce a una lectura armónica. “Me siento más poeta que novelista y eso, quizá, me hace más exigente con el ritmo de la prosa, con su naturalidad, con que aquello que escribo parezca que no podría decirse de otra forma”. En 2013, el escritor publicó su primer libro de poemas, Mañana será nada, y dos años más tarde dio a luz el poemario Las plazas, el amor y las estrellas.

La de Belén es una historia sobre sentimientos, pero, también, sobre la geografía rural y su idiosincrasia. La obra ha pasado por las manos de Ediciones Pangea, una editorial independiente nacida en el propio pueblo del autor, Los Palacios y Villafranca. “Esta editorial tiene un futuro prometedor y son unos editores (Juan Manuel Castillo y José Peña) que tienen gusto e instinto. Después de que Belén haya pasado por sus manos ha mejorado enormemente, ha madurado y se ha convertido, creo yo, en una buena novela”, explica Begines.

La huida de Diego Gómez podría carecer de principio y final, puede que esta sea un estado permanente de transición como la edición de un libro o la lectura del mismo; un ejercicio que nunca empieza ni termina a pesar de que la obra haya concluido.