santa cruz

Hay una Semana Santa que está muy alejada del efectismo masivo al que ésta se ha inscrito en los últimos decenios y que ni siquiera precisa de acompañamiento musical para brillar por sí misma.

El problema es que la decadencia de la fiesta está consumiendo todos los vestigios que quedan de ella. Atrás quedaron esos tiempos en el que el público se empequeñecía ante la grandeza de las imágenes y olvidaba su existencia para confiar en una verdad más profunda, no necesariamente religiosa.

La Semana Santa se ha convertido en una excusa para salir a la calle y sus cofradías en un producto, víctima de la mercantilización dominante de nuestra sociedad a la que contribuyen las propias corporaciones y algunos medios de comunicación. Todo ello ha derivado en una profunda pérdida de significado donde el público disfruta en su papel de consumidor.

Las cofradías se han convertido en un producto, y la Semana Santa en una excusa para salir a la calle

Hablamos de una sociedad incapaz de reflexionar y buscar en sus entrañas el sentido de su existencia. La banalidad y las prisas son los dogmas instaurados en una sociedad que no concibe disfrutar de la magna esencia de las cosas a través del silencio, transformado en el primer enemigo de una masa ávida de aplausos.

No obstante, existen instantes que sobreviven a los tiempos y que poseen la capacidad de emocionar por sí mismos para aquellos que siguen buscando la pureza de la Semana Santa. Pese a los sucesos acaecidos durante esta Madrugá, sigue siendo una maravillosa delicia disfrutar de la hermandad de El Silencio. La omnipotencia que describen sus dos pasos junto a la perfección de su cortejo nos siguen recordando a otras épocas. Aunque el silencio absoluto sigue siendo una quimera su discurrir por la calle Francos y Cuna es un auténtico vestigio del esplendor de un pasado irreproducible hoy.

Por otro lado, hay imágenes que minimizan al máximo la algarabía que ignora su belleza. Una de ellas es la del Santísimo Cristo de la Buena Muerte de la hermandad de Los Estudiantes. La perfección ideada por Juan de Mesa adornada por el monte de lirios morados adquiere siempre el protagonismo para empequeñecer todo lo que recorre a su paso. Evidentemente, existen multitud de instantes en los que este crucificado brilla con énfasis, pero es a plena luz del día, especialmente en su discurrir por el Postigo, cuando la imagen desprende su máximo de serenidad sobrecogiendo a todos los presentes.

Asimismo, hay recorridos, cuyo diseño está ideado para el deleite de los amantes de la Semana Santa más auténtica. El regreso a su templo de la hermandad de Santa Cruz desde la Alcazaba, pasando por la Plaza de la Alianza y el ascenso por Mateos Gago ante un público minoritario es uno de los momentos más selectos de una celebración muy viciada. La mesura del paso de Nuestra Señora de los Dolores tras el Santísimo Cristo de las Misericordias ayuda a completar el disfrute de una estampa poco habitual en estos tiempos.

Al destacar únicamente tres, nos olvidamos de otros momentos de esplendor de una Semana Santa cada vez más olvidada. El Santísimo Cristo de la Fundación por la Plaza de Pilatos y el Muro de los Navarros, las entradas de Santa Marta y la Vera-Cruz, San Isidoro por Placentines y Francos o La Mortaja por Doña María Coronel, son sólo algunas de esas oportunidades de descubrir la grandilocuente y decadente piel de la Semana Santa para encontrar retales de salud en la fiesta grande de Sevilla.

Como acompañamiento al silencio, junto a la Música de Capilla, cabe destacar el asentamiento de la Escolanía de María Auxiliadora delante del Nazareno de Las Siete Palabras, el Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia de la Cena y La Mortaja, la cual fomenta con sus cantos litúrgicos el carácter espiritual de la Semana Santa, descubriéndose como un claro acierto su incorporación por parte de las Juntas de Gobierno.

Ésta es sólo una muestra personal, en la que caben muchos más ejemplos, del esplendor marginado de una Semana Santa en grave crisis de identidad. Por supuesto, no sólo a través del silencio se llega a destapar el tarro de las esencias, pero era la intención de este artículo rescatar a algunos dignos supervivientes de la espectacularización de una fiesta que exige una profunda revisión.