Cristo de Burgos pasando la Anunciación/ Pilar Delgado

En escasas ocasiones se entiende una respuesta negativa. Si es difícil de entender un No, es imposible entender las tres negaciones de Pedro. «No conozco a este hombre», dice Pedro mientras entrega al hombre bajo el sol de justicia que baña la calle Feria.

En San Vicente se recrea un bello tríptico que nos traslada al propio Jerusalén de 2000 años atrás. El Cristo de las siete Palabras, el nazareno de la Misericordia y la virgen de la cabeza escenifican la tragedia  de tal forma que la ciudad parece una tragedia nacida de la mano del propio Shakespeare.

Mientras divagamos sobre el ser o querer ser, una mujer avanza con su hijo en brazos desde el arenal. La Piedad del Baratillo agarra con fuerza torera el cuerpo de su  hijo preguntándose porqué el dolor sorprende los justos. Puestos a preguntar, escuchamos las preguntas de los hijos, «Papá, ¿Quienes mataron a Jesús?, ¿Pilatos era bueno o era malo?», y la ternura de la inocencia del niño nos traslada a un imperio que está en el mismo lugar que el reino de los cielos.

Con gracia torera se mueve la Virgen de la Caridad, orgullosa, reflejado su rostro en un río que dibujado lleva el rostro de la dama maestrante en esa `S´ que dibuja el río Betis desde Sevilla a Sanlúcar. Lleva la hermandad de San Bernardo impresa en la piel de su cortejo el nombre de la ciudad, pues rebosa sabor y gracia en su recorrido de vuelta por calles de leyenda: Mateos Gago, Fabiola, Santa María la Blanca… allá donde José María Izquierdo vivió fulge la luz de la luna que parece estar a punto de romper, y rompe.

San Martín es la morada de la Hermandad Imperial, y siendo esta ciudad Jerusalén -nadie se atreva a negarlo- fue en esa plaza donde Longinos cae en la cuenta de que en verdad ese es el hijo de Dios. Mientras, llora la mujer el Buen Fin de su hijo a los pies de la cruz. Entonces, el manto de tiniebla empieza a embriagar a la ciudad y no queda más que obscuridad y preguntas sin respuesta flotando en el cielo perdido de la urbe sin nombre.

Al barrio de Becquer llega entonces la muerte dibujada en el rostro del Cristo del Buen Fin, como un reflejo de quien próximamente cargará la cruz y que lleva escrito en su túnica ,»Soy Dios en la Ciudad».

Va siendo hora de emprender la vuelta al mundo abstracto, pero antes, es obligado presenciar la mejor de las muertes en la Plaza del Cristo de Burgos. La muchedumbre queda absorta, atónita, pendiente, conteniendo la respiración ante el dolor. Asfixiados quedamos por la oscura tiniebla que invade ya la ciudad… Y nos negamos a ver el desenlace. No, No y otra vez. ¿Quién ha dicho que no es esta la ciudad Imperio de la Negación de lo inmediatamente doloroso e irremediable?

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...