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Muchos serán los momentos que viviremos en estos días de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Innumerables sensaciones, olores, imágenes que se quedarán grabadas en nuestras retinas y que pasarán a formar parte de nuestro particular mundo cofrade.

 

 Carlos García Lara / Periodista

El Domingo de Ramos no sería el mismo sin la hermandad de La Paz, cuando a la ida por el Parque de María Luisa se ve rodeada de miles de niños que de forma impaciente piden caramelos a los inmaculados nazarenos blancos, que irradian una luz única y brillante; y qué decir del Santísimo Cristo del Amor, que provoca el silencio más absoluto a su paso por la recóndita calle Placentines, sobrecogiendo los corazones de esta primera jornada que comienza su ocaso cuando las monjitas de la calle Alcázares cantan a la Amargura.

El Lunes Santo es San Leandro, cuando el imponente misterio del Beso de Judas avanza por las inmediaciones de la Pila del Pato anunciando de forma sin igual la traición de Judas a Cristo, mientras en la lontananza se escucha el flautín que nos hace sentir el Rocío más espléndido de la noche. Y el contrapunto, el recogimiento, la elegancia al andar del Señor de las Penas o el traslado al sepulcro del Señor mientras María Magdalena, con una dulzura inigualable, siembra el silencio más absoluto en San Andrés, sólo roto por el sonido de una verja y una campana.

Pero si existe el amor de un barrio por sus imágenes, ese es el del Cerro del Águila, que acompaña a su Virgen de los Dolores en su avance hacia el centro, con el corazón encogido, esperando ansiadamente su retorno. Pero prueba de amor y sacrificio es el de los costaleros de San Esteban, cuando hacen realidad esa lucha de la piedra y la plata, cuando de forma casi milagrosa sale por la ojiva de la parroquia el palio de la Virgen de los Desamparados. Y Pilatos, que avanza con paso firme, por la única ciudad del mundo que es capaz de dedicarle una plaza al que se lavó las manos cuando iban a condenar al Señor. Pero es que Pilatos es mucho Pilatos en el barrio de La Calzada.

Sin duda alguna, el ecuador de la semana está marcado por los aires castellanos que dibuja el Cristo de Burgos mientras transita, totalmente a oscuras, y sólo iluminado por la luz de los hachones de su paso, por la plaza a la que da nombre; y el aire añejo y de arrabal exquisito de San Bernardo a su tránsito por la Plaza de la Alianza y Rodrigo Caro. El Miércoles, día por excelencia de los Crucificados, se nos va yendo poco a poco.

Este Jueves Santo veremos una imagen muy diferente de la cofradía de Los Negritos, pues abandona la calle Recaredo por otras recónditas como Guadalupe o Muro de los Navarros de ida a la Carrera Oficial. Y, por supuesto, si queremos ver uno de los misterios más completos de Sevilla no podemos dejar de contemplar la Quinta Angustia por Castelar-Molviedro, una vez que nos hayamos deleitado con la Virgen del Valle durante su salida del templo de la Anunciación, guardando siempre esos aires clásicos de otras épocas que su prioste, Miguel Ángel García Osorno, ha sabido mantener de forma muy afortunada.

Y llegó la Madrugá. Única e inenarrable es la imagen del Señor del Silencio por la calle Francos, una cofradía que debemos ver de principio a fin. Podemos optar por asistir a la salida del Gran Poder, porque nuestros corazones se acelerarán cuando veamos avanzar al Señor de Sevilla con su gran zancada por la plaza de San Lorenzo, mientras no dejan de iluminarle los flashes de las cámaras que quieren inmortalizarlo una y otra vez. O podemos despertarnos, como dijo el pregonero de la Semana Santa, con la luz que irradia el Calvario. Qué mejor forma de abrir los ojos!!! El contraste de la jornada lo tenemos en dos de los barrios más populares de Sevilla, donde viven las Esperanzas. Triana, donde la pureza marinera de la Virgen despierta el júbilo a su paso; y la Macarena, donde habita la Señora de San Gil, la única capaz de lograr que un imperio romano se rinda a su pies.

Viernes Santo. Indiscutible presenciar el retorno de la Carretería por las angostas calles de su barrio. Sabor clásico y decimonónico el que pintan esos elegantes nazarenos azul cielo, mientras vislumbramos a los lejos, abriéndose paso entre las nubes de incienso, ese impresionante misterio de hojarascas que nos retrotrae al pasado; y el cortejo de San Isidoro a la ida por Alcaicería. También la entrada de la Mortaja por el compás del convento de La Paz, precedido por el impresionante ruido del tañir de la campana del muñidor y los 18 ciriales, simbolismo puro del número de personas que asistieron al entierro de Cristo.

Para terminar nuestro recorrido, es fundamental no perderse el itinerario de vuelta que pinta la hermandad de Los Servitas, cofradía exquisitamente diseñada, allá cuando cae la noche. Y, como no, acabar con otro reguero de luz blanca, de vida, que anuncia por San Luis un gran momento, un hecho único y memorable: que el Señor ha resucitado.

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