A punto de iniciar el nuevo curso académico en la Universidad de Sevilla, muchos estudiantes viven, estos días, los nervios más fuertes que pudieran imaginar. Y no es por los exámenes de septiembre, ojalá. Es curioso porque lo que causa tantos estragos en la vida académica de los que cursamos estudios en esta universidad es la matriculación en las asignaturas de tu carrera. Lo que, a priori, debería de ser algo relajado y normal, un hecho sin incidentes, es lo que se está convirtiendo en el infierno de muchos, que de momento no pueden matricularse en su carrera.

Carlos Orquín. Llega el día 7 de septiembre, comienza el plazo de inscripción en la automatrícula. Una aplicación informática que la susodicha universidad pone a disposición de sus alumnos para que no tengan que desplazarse a los centros de estudios, no gastar papel, ahorrar en personal administrativo (por supuesto) y en general, hacer más fácil el proceso. En teoría.

Llega ese día y lo que se encuentran muchos es que algo ha cambiado a la hora de la ordenación de sus estudios en la universidad. Resulta, que para preparar las estructuras de la universidad al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) el Rectorado implantó en febrero el nuevo Reglamento General de Actividades. Un reglamento rechazado por el CADUS (Consejo de Alumnos de la Universidad de Sevilla) por lindezas como la prácticamente abolición de los derechos asamblearios que tienen actualmente las estructuras de representación estudiantil (delegaciones, etc) y artículos como el 27 que obliga a los alumnos a matricularse en las asignaturas suspensas de cursos anteriores.

Pensando en que este reglamento sólo se aplicaría a los alumnos de nuevo ingreso a partir de este curso o simplemente desconociendo la existencia de tal, los estudiantes quisieron acceder el lunes a primera hora a la aplicación para coger plazas en los turnos de mañana (ya que la organización de la universidad oferta menos plazas en estos grupos, que son los que tienen más demanda y por lo tanto, hay que correr bastante para coger sitio).

Tras horas de error por colapso, cuando pudieron acceder,  se encontraron con que no podían terminar su matrícula si no lo hacían en asignaturas suspensas pasadas, para las que por supuesto, no había plazas. Así con todo, nos encontramos con bastantes alumnos que no se pueden matricular en la universidad hasta que salgan plazas de esas asignaturas. Además, este hecho hace encarecer la matrícula de muchos otros que, sin beca no podrán pagar sus estudios. Encima la US tiene la desfachatez de enviar un comunicado de prensa con el récord batido de estudiantes matriculándose a la vez. Que curioso ¿verdad?, un poco más y salimos en el Guinness de los récords.

He aquí la cuestión. ¿Qué va a pasar?, ¿Ampliarán las plazas?, no. De hecho este curso se sospecha que la universidad ha ofertado considerablemente menos plazas a los alumnos de nueva inscripción, por lo que han subido las notas de corte en muchas carreras más de un punto.

Entonces, ¿qué? No sabemos cuál es la maravillosa solución que se le ocurrirá a las mentes ilustradas de la academia. Lo que sí es probable es que se de orden de pasar la mano en asignaturas que tiene mucha gente atrasada para que se vacíen esas plazas ocupadas, acarreando un descenso del nivel académico, por ejemplo. Una increíble solución que se nos hace posible pensar tras conocer algunos sucesos ‘extraños’ como los sucedidos en la Facultad de Comunicación, donde ha habido ya algún que otro aprobado general por no presentarse el profesor en el examen. ¿Así es cómo quieren la nueva universidad del futuro? Parece que lo que se desea es que haya menos alumnos (con menos inversión pública necesaria, por tanto).

No se cuál será la reflexión general de los estudiantes afectados por estos últimos hechos. La mía sí está muy clara. El artículo 27 de este nuevo reglamento no es más que la primera victoria de Bolonia ante la pasividad de la mayoría de alumnos que, a verlas venir, prefirieron quedarse en sus casas de relax los días de paro académico mientras que algunos compañeros se manifestaban en las calles pidiendo un debate público sobre la reforma.

Éste es el primer paso hacia una universidad con menos alumnos, menos accesible socialmente por tanto, con menos nivel de conocimiento teórico, más barata para el estado y por consiguiente y necesariamente más amiga de ‘Botines’ y vendedores de armas a Israel, por ejemplo.

Carlos Orquín es estudiante de Periodismo de la Universidad de Sevilla

www.SevillaActualidad.com