(Continuación). Pero los sucesos no se desencadenan hasta que vuelve a Barcelona en octubre de 1857, funda una sociedad mercantil para promover la navegación submarina a partir de su invento y, sólo un año después, en noviembre de 1858, presenta su proyecto de navegación submarina en un opúsculo titulado ‘El Ictíneo o barco-pez’. Se trata de una primera memoria con pocos detalles técnicos en la que se explican los fines tanto científicos como técnicos y lucrativos de la nave Ictíneo (del griego “pez-nave”), un pequeño texto a fin de conseguir apoyos económicos para un ensayo de navegación submarina que terminaría siendo un hito clave en este tipo de ingeniería.

Ictíneo I, 1859

Su primer submarino, una nave experimental de unos siete metros (7 m) de longitud provista de hélices accionadas a mano por doce tripulantes, que se botó en el puerto de Barcelona en junio de 1859 y tras una serie de inmersiones en privado, hizo su presentación pública el 23 de septiembre de ese mismo año. Tuvo lugar ante accionistas, prensa y público en general y durante 2 h y 20 min navegó completamente sumergido a 20 m de profundidad, saliendo después a la superficie; a partir de entonces se hicieron más de cincuenta pruebas todas ellas con éxito. Sin embargo, a pesar de la enorme popularidad que adquirió y del indudable éxito de las pruebas, la nave precisaba aún de muchas mejoras técnicas e importantes inversiones de capital, lo que creó una sombra de duda, tanto sobre su viabilidad como sobre su rentabilidad, que terminó por interrumpir el apoyo oficial a pesar de estarse fabricando ya un segundo prototipo. Al año siguiente se publicaba un informe favorable sobre lo novedoso de dichas pruebas firmado por una comisión presidida por el entonces catedrático de Anatomía en la Universidad de Barcelona José de Letamendi, Memoria sobre la navegación submarina (1860), que por desgracia no obtuvo ningún resultado favorable. Por cierto, este doctor goza de un reconocimiento callejero en nuestra ciudad. Lo dejo ahí.

Suscripción nacional

En marzo de 1861 Monturiol llevaría a cabo una nueva prueba oficial en el puerto de Alicante con presencia de autoridades de la Marina, gobierno de Isabel II y otras personalidades políticas, que contó con el entusiasmo popular y el apoyo de las Sociedades Económicas de Amigos del País. Pues bien, nuevamente, y a pesar del éxito de las maniobras nunca llegó la ayuda Real medio prometida, ni se concretó el interés por las posibilidades bélicas del submarino -nuestro polígrafo llegó a escribir, incluso, un tratado sobre los submarinos de guerra si bien su objetivo principal era conseguir una nave civil que facilitara la pesca del coral y el rescate de marineros, así como la investigación y la exploración submarina-. Un claro desinterés oficial por la nave que indujo a nuestro inventor figuerense a escribir una carta a la ciudadanía animando a una suscripción nacional; y mire usted por donde esta iniciativa sí tuvo éxito consiguiendo 300 000 pesetas de los ciudadanos españoles, capital con el que se constituyó la empresa La Navegación Submarina que desarrolló el Ictíneo II.

Ictíneo II, 1864

Una segunda unidad homónima, con sistema anaeróbico de propulsión a vapor, que se botó en octubre de 1864 y con la que, durante tres años, hasta 1867, se estuvieron realizando con éxito pruebas a cincuenta metros (50 m) de profundidad, en las que el submarino llegó a estar hasta cinco horas (5 h) sumergido. Entre otras innovaciones incluía tanques de lastre, peso móvil para control de trimado u optimización del rendimiento, sistema de purificación de aire y un cañón giratorio inventado por el propio Monturiol que en principio produjo un cierto interés de las altas instancias militares y gubernamentales. Evidentemente anticipaba algunas tecnologías submarinas futuras, un factor a su favor que sin embargo no le permitió superar el examen oficial, quizás, por un lado por: uno, la poca capacidad como empresario del inventor; dos, las supuestas limitaciones técnicas de la nave pues se duda de su maniobrabilidad debajo del agua y, aunque sí podía permanecer varias horas sumergidos a unas decenas de metros, por lo general los ensayos se hacían a profundidades de entre dos y seis metros (2-6 m).

Tres, las presiones de algunas cancillerías extranjeras que no veían con buenos ojos que España se adelantara en el desarrollo de un arma de este tipo; claro que también pudo contar, cuatro, la desidia del propio gobierno, ¿antesala de la unamuniana frase de primeros del siglo XX “¡Que inventen ellos!”?; o una combinación de ellas, que todo puede ser. El caso es que, fuera el santo que fuese, la singladura del Ictíneo II no llegó a buen puerto y al final: ni Armada ni Gobierno se interesaron por el invento, la ya embargada empresa quebraba, el submarino era desmantelado y vendido como chatarra y el proyecto quedaba arrinconado. Únicamente quedan los escritos elaborados durante su desarrollo y que póstumamente fueron publicados en 1891 como Ensayo sobre el arte de navegar por debajo del agua. (Continuará)