Jardines de Murillo
Jardines de Murillo

A un paso del bullicio de la Avenida Menéndez Pelayo y del trasiego de turistas en el barrio de Santa Cruz, los Jardines de Murillo se extienden como un respiro verde entre el ladrillo, la piedra y el azulejo en Sevilla. En pleno corazón de la ciudad, este pequeño paraíso urbano combina el rumor de las fuentes con el perfume de los naranjos y el brillo de los bancos de cerámica, creando un rincón que muchos describen como «un oasis de tranquilidad y belleza en pleno corazón de la ciudad».

No es raro ver paseantes que, mapa en mano, se desvían unos minutos para perderse por sus senderos sombreados. «Es precioso. Perfecto para descansar un rato luego de recorrer el centro de Sevilla andando», comenta un visitante en Google. Otro los define como «bonito lugar y muy bien cuidado. Ideal para pasear o pasar las tardes». Palabras sencillas que, sin embargo, capturan lo esencial: aquí el tiempo se ralentiza.

Los jardines tienen más de un siglo de historia. Nacieron a comienzos del XX en lo que fue la huerta de los Reales Alcázares y hoy conservan ese aire sereno de los espacios con memoria. Las glorietas decoradas con cerámica del siglo XX, las palmeras y ficus centenarios y el trazado geométrico diseñado por Juan Talavera y Heredia invitan a caminar sin rumbo, dejándose llevar por la luz que se filtra entre las hojas.

Muchos visitantes destacan su ambiente auténtico. «Un lugar precioso con sombras para descansar a la fresca, hay unas figuras muy majas por todo… también había un pequeño espectáculo flamenco muy curioso y mucho arte», cuenta un turista entusiasmado, que recomienda incluso recorrer Sevilla en moto «para poder aparcar en cualquier acera sin problema».

Además de su valor patrimonial, los Jardines de Murillo tienen algo que pocas zonas monumentales conservan: la sensación de ser un espacio vivido, cercano. «Unos jardines en pleno centro de la ciudad que en verano es cosa de agradecer», escribe otro usuario, recordando que estos terrenos fueron, en otro tiempo, la huerta del Retiro del Alcázar.

Hoy, entre fuentes, glorietas y bancos de azulejos, los jardines siguen cumpliendo la misma función que hace un siglo: dar sombra, belleza y descanso a quien se detiene en ellos. Tal vez por eso un visitante concluye su reseña con una frase que lo resume todo: «Muy bonita Sevilla… y no lo digo porque sea mi tierra. ¡Me quito el sombrero!».