Quizás no muchos lo sepan, pero la baraja española —ese icono tan cotidiano en nuestras sobremesas— tiene acento sevillano. La baraja de cartas españolas más antigua, un conjunto de naipes que data aproximadamente del año 1390, fue localizado en Sevilla.

Un hallazgo con historia

Estas cartas, confeccionadas a mano y con un estilo mudéjar muy característico de la época, son la primera evidencia conocida del diseño propio de la baraja española, con sus cuatro palos: oros, copas, espadas y bastos. Su conservación, casi milagrosa, permite asomarse al modo en que los sevillanos del siglo XIV ya se entretenían con los juegos de naipes llegados a Europa desde Oriente.

Aunque el origen del juego de cartas se remonta a Asia y su difusión a través del mundo islámico fue decisiva, Sevilla desempeñó un papel clave en su adaptación al gusto peninsular. No es casualidad: la ciudad era entonces uno de los grandes puertos del mundo conocido, punto de encuentro entre culturas y centro de comercio, arte y artesanía.

El germen de un icono cultural

El diseño de aquella baraja sevillana —de figuras simples, colores planos y símbolos fácilmente reconocibles— sentó las bases de la baraja española moderna, la misma que hoy sigue acompañando partidas de tute, mus o chinchón. Los investigadores destacan que sus formas están más cerca del arte popular y de la miniatura medieval que de las barajas italianas o francesas que surgirían después.

Que la baraja más antigua se conserve en Sevilla no parece casual. La ciudad, ya en el siglo XIV, era un hervidero cultural donde convivían tradiciones cristianas, árabes y judías. En ese ambiente mestizo florecieron los talleres artesanos donde se iluminaban manuscritos, se pintaban retablos… y, probablemente, se diseñaban también cartas de jugar.