Entre el cauce del Guadalquivir y el recuerdo de la Expo del 92, el Parque del Alamillo se extiende como un oasis urbano donde Sevilla baja el ritmo. Con más de 120 hectáreas de extensión, es el mayor parque metropolitano de Andalucía, un espacio que nació en los noventa para dotar de vida al entorno de la Cartuja y que hoy se ha consolidado como el refugio natural de miles de sevillanos.

El Alamillo no es solo un parque, es un pequeño ecosistema donde conviven senderos arbolados, lagos, zonas deportivas, áreas de picnic, un quiosco restaurante y hasta un tren en miniatura que circula los domingos. Sus caminos se llenan de corredores y ciclistas, pero también de familias que buscan sombra, grupos de amigos que improvisan meriendas y curiosos que se detienen en los miradores para observar aves o disfrutar del atardecer sobre el río.

La diversidad vegetal es otro de sus atractivos. En su superficie conviven olmos, eucaliptos, pinos y especies propias del clima mediterráneo que, según los visitantes, convierten el parque en un remanso de paz. No es extraño encontrar zonas especialmente pensadas para el descanso o el deporte al aire libre, lo que ha hecho del Alamillo una referencia para quienes desean escapar de la ciudad sin salir de ella.

Las reseñas en Google de los visitantes son un reflejo fiel de esa experiencia. «Es un lugar perfecto para desconectar, pasar el día con tus hijos, familia y amigos», escribe una usuaria, mientras otro lo describe como un «maravilloso parque al costado del río, con áreas verdes muy cuidadas y zonas para realizar actividades deportivas, relajarse y compartir en familia». En las reseñas se repite una idea: el Alamillo es un espacio para todos, donde cada persona encuentra su propio ritmo y su propio rincón.

Tampoco faltan quienes destacan el parque como punto de encuentro para quienes pasean con sus mascotas. «Me encanta ir a pasear allí. Voy con mi perro y es una delicia. Muchísima sombra. El pipicán es enorme, está limpio y con muchos árboles y bancos», señala otro visitante. Y aunque algunos apuntan que «los lagos parecen estar algo desatendidos», la mayoría coincide en que sigue siendo «un sitio hermoso», un lugar donde la belleza natural se impone incluso a los pequeños descuidos.

Con el paso de los años, el Parque del Alamillo se ha convertido en un espacio imprescindible dentro del paisaje sevillano. Más allá de su valor ecológico, representa una forma de entender la ciudad desde la calma y el disfrute. Es, en definitiva, el recordatorio de que Sevilla también puede respirar entre árboles, bicicletas y el rumor del viento sobre el río.