Entre los vestigios más singulares que dejó la Exposición Universal de 1992 en Sevilla se encuentra el Pabellón de Italia, un edificio que aún hoy despierta la curiosidad de quienes recorren la Isla de la Cartuja. Su arquitectura monumental, inspirada en las formas clásicas del Renacimiento italiano, lo convirtió en uno de los pabellones más elegantes y simbólicos de aquella cita internacional.
El diseño evocaba el poder cultural y artístico de Italia: un espacio rodeado de columnas, mármoles y juegos de luz que recordaban a los grandes palacios italianos, pero reinterpretados bajo una mirada contemporánea. Durante la Expo, en su interior se exhibieron colecciones de arte, moda y diseño industrial que mostraban al mundo el peso cultural del país transalpino.
Una de las curiosidades de este pabellón es que fue concebido no solo como escaparate efímero, sino como edificio funcional capaz de perdurar. De ahí su robustez y la calidad de los materiales empleados, que han permitido que se conserve en buenas condiciones más de treinta años después.

Tras el cierre de la muestra universal, el Pabellón de Italia no se convirtió en un «fantasma» de la Expo, aunque sí perdió parte del protagonismo que tuvo en 1992. Hoy en día alberga oficinas de empresas y espacios administrativos, por lo que su acceso al público es limitado. Esto genera cierta percepción de «desuso», ya que no se emplea con fines culturales ni turísticos como otros pabellones vecinos, pero sigue siendo un edificio vivo dentro del complejo de la Cartuja.
El Pabellón de Italia es, en definitiva, un recuerdo arquitectónico de la Expo ’92 que combina la grandeza del pasado con un presente más discreto. Un rincón que, aunque no todos los sevillanos conocen por dentro, forma parte de la memoria colectiva de aquella Sevilla que se abrió al mundo hace más de tres décadas.
