La campaña de verano ha dejado cifras preocupantes para la hostelería sevillana, que ha registrado una disminución de entre un 10% y un 15% en la facturación respecto al mismo periodo del año pasado. Tras varios ejercicios de recuperación y un crecimiento sostenido tras la pandemia, el sector afronta ahora una fase de ralentización marcada por diversos factores.
Uno de los principales ha sido la caída del turismo nacional. El visitante procedente de otras regiones del país ha reducido tanto la duración de sus estancias como su gasto medio, lo que se ha traducido en un menor volumen de ingresos para bares, restaurantes y negocios de ocio.
En paralelo, el turismo internacional mantiene su presencia en Sevilla y la provincia, pero con un cambio en los hábitos de consumo. El encarecimiento de los alojamientos ha provocado que muchos viajeros destinen buena parte de su presupuesto a la estancia, «en detrimento de la restauración, tradicionalmente uno de los grandes atractivos de la ciudad».
Las altísimas temperaturas registradas este verano también han tenido un fuerte impacto. Los largos periodos de calor extremo han desincentivado el consumo en la calle y han limitado la actividad hostelera a las últimas horas de la noche, un fenómeno que algunos empresarios han bautizado como «confinamiento climático».
A estos factores se suma la desaparición progresiva del «efecto rebote» que vivió el sector tras la pandemia. Durante los años posteriores a las restricciones sanitarias, tanto sevillanos como turistas multiplicaron su gasto en ocio y restauración, un impulso que comenzó a diluirse el pasado año y que ahora parece haberse agotado.
Pese a este escenario, Sevilla sigue consolidada como un destino turístico de primer nivel gracias a su riqueza cultural, patrimonial y gastronómica. Sin embargo, los empresarios hosteleros advierten que «el descenso de la facturación unido al aumento de los costes obliga a replantear estrategias para mantener la rentabilidad de los negocios en los próximos meses».