En la bulliciosa calle Cuna, entre escaparates y pasos apresurados, se esconde una de las mayores sorpresas patrimoniales de Sevilla, el Palacio de la Condesa de Lebrija. Su fachada, elegante pero discreta, no revela lo que aguarda tras sus muros: un enclave que muchos consideran «la casa mejor pavimentada de Europa» gracias a su extraordinaria colección de mosaicos romanos.

Construido entre los siglos XV y XVI, el edificio fue transformado a principios del siglo XX por Regla Manjón Mergelina, la Condesa de Lebrija. Apasionada de la arqueología, la aristócrata rescató mosaicos, columnas, esculturas y azulejos de conventos y yacimientos, integrándolos en la decoración del palacio con una visión que combinaba la elegancia sevillana con la fascinación por la antigüedad clásica.

La planta baja es un verdadero museo musivario: más de 500 metros cuadrados de mosaicos, muchos procedentes de Itálica, cubren patios y estancias. El más famoso, «Los amores de Júpiter», preside el patio central y despliega escenas mitológicas con una viveza que ha sobrevivido siglos bajo tierra. Pero el encanto del palacio no se limita al suelo: artesonados renacentistas, yeserías mudéjares y zócalos de azulejos conviven con bustos romanos, cerámicas orientales y pinturas de Van Dyck o Sorolla.

En el piso superior, las estancias privadas se conservan como las dejó la condesa: salones, dormitorios y una biblioteca con más de 4.000 volúmenes que invitan a imaginar tertulias y lecturas pausadas. Todo ello convierte la visita en un viaje en el tiempo y un descubrimiento inesperado para quienes, sin saberlo, pasaban a diario junto a su puerta.

En una ciudad donde los grandes monumentos acaparan la atención, el Palacio de la Condesa de Lebrija sigue siendo un tesoro tranquilo, perfecto para quienes disfrutan de los lugares que cuentan su historia sin alzar la voz.