En una ciudad donde el Parque de María Luisa y los Reales Alcázares se llevan casi todos los elogios, existe un rincón verde que sigue pasando de puntillas por la vida de muchos vecinos de Sevilla: el Jardín Americano, un paraíso botánico que sobrevive a la sombra de la Isla de la Cartuja.

Nació como parte de la Expo 92, con la misión de traer a Sevilla un pedazo del continente americano. Sus senderos guardan especies que parecen sacadas de un atlas de geografía tropical: ceibas, palmeras reales, magnolias americanas… e incluso plantas que conviven mejor con desiertos que con las orillas del Guadalquivir. Todo ello, pensado como un homenaje vegetal al V Centenario del Descubrimiento de América.

Pero la historia del jardín no fue todo color de rosa. Tras el cierre de la Expo, cayó en un largo letargo de abandono, casi como si fuera una ciudad perdida en la jungla. No fue hasta 2010 cuando volvió a abrir sus puertas, rehabilitado y dispuesto a recuperar su esplendor, aunque sin el ruido mediático que acompañó a otros rincones de Sevilla.

Hoy, recorrerlo es una experiencia diferente: no hay grandes multitudes, el sonido dominante es el de los pájaros y el rumor del agua, y sus pasarelas de madera junto al Guadalquivir invitan a caminar despacio. Es el lugar perfecto para quienes buscan un respiro sin salir de la ciudad, para pasear en bicicleta o para sorprender a alguien con un plan que no se encuentra en las guías turísticas habituales.

Quizá el Jardín Americano siga siendo un desconocido para muchos, pero ahí reside parte de su encanto: es uno de esos sitios que, cuando lo descubres, te hace sentir que Sevilla todavía guarda secretos por contar… y por pasear.