A los pies del castillo de Constantina, entre encinas, muros derruidos y la espesura de la Sierra Morena sevillana, se desmorona en silencio la Ermita de Nuestra Señora de la Hiedra, una joya del siglo XVI que hoy sobrevive apenas como un eco de piedra. Declarada Bien de Interés Cultural, su nombre ya parece presagio: la hiedra la cubre casi por completo, como si la naturaleza quisiera reclamar lo que el tiempo abandonó.

Construida hacia 1570, según se lee todavía en una inscripción sobre su portada, la ermita fue un lugar de culto y peregrinación para los vecinos de Constantina. Su arquitectura —de estilo renacentista sobrio y elegante— reflejaba el esplendor religioso de la época: un templo de una sola nave, con un ábside semicircular y una portada enmarcada por medias columnas acanaladas y un frontón triangular. En la parte superior, una hornacina albergaba la imagen de la Virgen que le dio nombre, probablemente una talla de madera hoy desaparecida.

Pero del templo que fue queda poco más que su esqueleto. El paso de los siglos, el abandono y la falta de intervenciones de conservación han reducido la ermita a un conjunto de muros agrietados, frontones rotos y sillares cubiertos de musgo. Las cubiertas desaparecieron hace décadas, y la espadaña, que en otro tiempo albergó una campana, yace medio derruida entre la maleza.

En mayo de 2025, la asociación Hispania Nostra incluyó el edificio en su Lista Roja del Patrimonio, alertando del riesgo real de desaparición. Según la entidad, la Ermita de la Hiedra «se encuentra en avanzado estado de ruina, con pérdida de elementos decorativos y estructurales», a pesar de su valor histórico y artístico.

Situada a apenas 300 metros del casco urbano de Constantina, la ermita podría ser, con una restauración mínima, uno de los atractivos patrimoniales más singulares de la Sierra Norte de Sevilla. No solo por su belleza arquitectónica, sino por el simbolismo que encierra: un templo renacentista levantado entre montañas, hoy devorado por la misma naturaleza que le da nombre.

Mientras tanto, los visitantes que se aventuran por los senderos del Cerro del Castillo pueden todavía distinguir su silueta entre los árboles. Allí, entre piedras cubiertas de hiedra, la historia de Constantina parece susurrar una plegaria olvidada: la de un lugar sagrado que, aunque en ruinas, se resiste a desaparecer.