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En el corazón de la Sierra Morena sevillana, dominando el paisaje de Alanís desde lo alto de una colina, se alza una fortaleza que parece salida de un cuento medieval. El Castillo de Alanís no solo ofrece unas vistas espectaculares del pueblo y de la dehesa que lo rodea, sino que guarda tras sus muros una historia cargada de batallas, leyendas y cicatrices que aún hoy son visibles.
De origen islámico, el castillo fue una pieza clave en la defensa del territorio durante la Edad Media. Su planta hexagonal irregular y sus muros, de más de dos metros de grosor, hablan de una construcción pensada para resistir ataques y dominar la sierra. Sin embargo, una de sus heridas más famosas no procede de aquellos tiempos lejanos, sino de la invasión napoleónica: en el siglo XIX, las tropas francesas volaron parte de su muralla suroeste, dejando una marca imborrable que todavía se aprecia en la piedra.
Hoy, lejos de la función militar para la que fue concebido, el castillo es un espacio abierto al público y con entrada gratuita. Subir por el camino empedrado que conduce hasta su puerta es adentrarse en siglos de historia, y alcanzar su torre permite disfrutar de una de las panorámicas más bellas de la Sierra Morena sevillana. No es raro que quienes lo visitan lo describan como un mirador natural al pasado.
Cada verano, además, el castillo se convierte en escenario de las Jornadas Medievales de Alanís, donde el pueblo revive su historia con mercados, recreaciones y espectáculos que llenan de vida las calles y las murallas. De esta forma, lo que fue un bastión defensivo vuelve a ser, siglos después, el centro neurálgico de la vida del municipio.
El Castillo de Alanís demuestra que las piedras también cuentan historias: de guerras, de resistencia y de pueblos que supieron reinventar su patrimonio. Y aunque el tiempo haya intentado doblegarlo, sigue en pie, recordando a vecinos y visitantes que algunas fortalezas no se rinden nunca.
