En el corazón de la Sierra Norte sevillana, donde los caminos parecen perderse entre encinas y alcornoques, se esconde un secreto que pocos conocen: la Rivera de Benalija. Este pequeño arroyo, de carácter estacional, nace entre los términos de Alanís y Guadalcanal y, como un hilo de plata, va dibujando su curso hasta entregar sus aguas al embalse del Pintado, afluente del río Viar.

Lo especial de este rincón no es solo su ubicación, sino la magia que encierra. A unos dos kilómetros del casco urbano de Alanís, la rivera se ensancha y regala a los visitantes una piscina natural que parece hecha a medida para escapar del calor. El agua, fresca y limpia, está enmarcada por una vegetación que abraza al viajero: fresnos, chopos, álamos y sauces forman una galería verde que tamiza la luz y crea un ambiente casi de cuento.

Pero la sorpresa no acaba ahí. Muy cerca se esconde una cueva con un pequeño lago interior, un lugar que invita a la exploración y que, con un poco de imaginación, podría ser escenario de leyendas serranas. El rumor del agua se mezcla con el canto de las aves y el susurro del viento, componiendo una banda sonora natural que hipnotiza.

La historia también tiene aquí su lugar. Antiguos molinos harineros salpican la orilla, testigos silenciosos de un tiempo en el que la fuerza del agua era aliada indispensable para moler el grano. Hoy, sus muros desgastados conviven con excursionistas y bañistas que buscan un respiro en este paraje.

Llegar hasta la Rivera de Benalija es relativamente sencillo y el acceso es libre, aunque conviene recordar que, como todo tesoro natural, necesita del respeto de quienes lo visitan. Ya sea para un paseo de senderismo, un chapuzón improvisado o simplemente para sentarse a contemplar, este rincón serrano demuestra que no hace falta viajar muy lejos para encontrar un paraíso.