Portada del diario «El Caso» con el crimen de Los Galindos.

El 22 de julio de 1975, en plena ola de calor veraniego en Andalucía, el tranquilo cortijo Los Galindos (en Paradas, Sevilla) se convirtió en el escenario de cinco asesinatos atroces a plena luz del día. Basándose en las autopsias y testimonios posteriores, se reconstruyó una posible secuencia de los hechos: hacia el mediodía de aquel martes, el capataz de la finca, Manuel Zapata (59 años), murió durante un altercado imprevisto que se tornó violento. Su esposa, Juana Martín (53), se hallaba presente y fue asesinada a continuación, presumiblemente para eliminar testigos. También se encontraba en el cortijo un joven tractorista, José González (27), quien logró sobrevivir a la primera escena. Horas después, alrededor de las 15:15, alguien le ordenó a José que trajera a su recién casada esposa, Asunción Peralta (34), al cortijo para supuestamente cuidar a Juana, que «se encontraba enferma». La pareja llegó sin sospechar nada y fue recibida por los agresores: ambos fueron brutalmente golpeados hasta la muerte, y sus cuerpos posteriormente incendiados en lo alto de un pajar del cortijo. Finalmente, otro empleado, el tractorista Ramón Parrilla (40), acudió por la tarde a realizar labores de riego y se topó accidentalmente con la masacre; el intruso o intrusos lo abatieron a tiros de escopeta, acabando así con la quinta víctima.

Cuando una columna de humo comenzó a elevarse desde la finca, varios vecinos corrieron al lugar creyendo que se trataba de un incendio rural. Lo que encontraron fue una escena dantesca. Al llegar al cortijo –ubicado a unos cinco kilómetros del pueblo– los voluntarios apagaron el fuego del pajar, sin saber que dentro del mismo ardían los cuerpos mutilados de José González y Asunción Peralta. En el patio exterior yacía el cadáver ensangrentado de Juana Martín, muerta a golpes, y no muy lejos estaba tendido Ramón Parrilla, con impactos de perdigones de escopeta. Del capataz Manuel Zapata, en cambio, no había rastro en ese momento. Aquella misma tarde la Guardia Civil inició un amplio despliegue, inicialmente bajo la suposición de que Zapata podría haber sido el autor de la matanza y se habría dado a la fuga. De hecho, durante tres días fue considerado prófugo sospechoso, al punto de que la prensa de la época hablaba de un «cuádruple crimen» en Los Galindos, atribuyendo los asesinatos al capataz ausente. La sorpresa llegó el 25 de julio –tras intensas búsquedas– cuando el cuerpo sin vida de Manuel Zapata fue finalmente hallado oculto en una dependencia del propio cortijo. Para estupor de todos, la autopsia reveló que el capataz había sido en realidad la primera víctima del lote, lo que desmontaba por completo la teoría de que él fuera el asesino. Con Zapata también asesinado, el caso volvía a foja cero, sin un culpable claro.

Una investigación accidentada

La investigación oficial que siguió al crimen estuvo plagada de deficiencias y terminó siendo un fracaso. Para empezar, la escena del crimen se contaminó desde el primer momento: la noticia de la tragedia corrió por Paradas y decenas de vecinos bienintencionados acudieron al cortijo antes de la llegada de la policía, removiendo cuerpos, limpiando el incendio con cubos de agua e incluso pisoteando charcos de sangre. Cuando el primer juez de instrucción se presentó 24 horas después de los hechos, ya era tarde para preservar pruebas concluyentes.

A lo largo de la pesquisa pasaron hasta tres jueces por el caso, y las primeras diligencias estuvieron marcadas por confusión y premuras. En un inicio se manejaron conjeturas erróneas: durante las primeras horas se sospechó de Manuel Zapata, y tras aparecer este muerto las autoridades centraron sus sospechas durante años en José González, insinuando que podría haber matado a los demás por rencillas personales antes de perecer él mismo. Esta teoría resultó tan desacertada como cruel, pues José había sido víctima y no verdugo. La instrucción acumuló además irregularidades: pruebas clave se extraviaron, e incluso el sumario judicial completo del caso desapareció misteriosamente de los archivos, dificultando cualquier avance.

Ante las dudas persistentes, en 1983 –ocho años después de los hechos– el caso fue reabierto brevemente para practicar nuevas pericias forenses. El reputado profesor Luis Frontela, experto en medicina legal, realizó una segunda autopsia a los restos exhumados de las víctimas y entregó un detallado informe al juzgado en octubre de 1983. Este examen aportó información más rigurosa sobre la mecánica de las muertes, confirmando por ejemplo el orden de los decesos (con Zapata como el primero fallecido) y la presencia de heridas defensivas en algunas víctimas, lo que sugería la existencia de más de un agresor.

Pese a ello, no se obtuvieron pruebas suficientes para inculpar a nadie en concreto. Con el tiempo, y sin sospechosos firmes, el célebre crimen de Los Galindos terminó prescribiendo legalmente sin un solo acusado ni juicio oral. La impunidad se hizo oficial veinte años después, al archivarse definitivamente el caso en 1995 por falta de autor conocido. Cinco vidas se habían perdido violentamente, pero ninguna persona fue jamás condenada por ello.

Teorías y rumores sobre el móvil

Desde 1975 hasta la actualidad, la ausencia de culpables ha dado pie a numerosas teorías sobre el móvil de la masacre de Los Galindos. En los primeros tiempos cobró fuerza la idea de un enfrentamiento personal entre las propias víctimas: se llegó a especular con un conflicto de “bajas pasiones” en el cortijo, enfrentando al matrimonio Zapata-Martín con la joven pareja González-Peralta. Otra hipótesis barajada fue la de un ajuste de cuentas relacionado con las drogas: incluso el marqués dueño de la finca declaró a la Guardia Civil que unos ex–legionarios podrían haber acudido al cortijo buscando hachís oculto, y al no conseguirlo habrían asesinado a todos antes de huir. Sin embargo, dichas conjeturas jamás fueron respaldadas por evidencias.

Con los años, la línea explicativa que más peso ha ganado entre investigadores y periodistas apunta a un móvil económico: concretamente, que el quíntuple crimen se cometió para silenciar al capataz Zapata, quien supuestamente había descubierto un fraude millonario vinculado a la explotación agrícola de la finca. Esta teoría implica a personas del entorno de los propietarios en una trama de desvío de cosechas (trigo y girasol) hacia el mercado negro, lo que habría motivado eliminar al incómodo delator. Aunque nunca se hallaron pruebas concluyentes para demostrar esta versión u otras, es la que mayor sustento racional ha tenido en investigaciones independientes recientes. Ninguna de las teorías sobre Los Galindos, en todo caso, ha podido ser probada en sede judicial, y el caso permanece oficialmente como un oscuro enigma sin resolver en la historia criminal española.