La imagen del Crucificado de los Vaqueros de Escardiel permanece en la Parroquia del Divino Salvador de Castilblanco hasta el primero de mayo / Juan Carlos Romero

Los movimientos del Crucificado de los Vaqueros de la ermita de Escardiel llamaron la atención de los restauradores del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH) que en 1997 devolvieron a la imagen el aspecto primitivo.

Los hermanos Cruz de Solís restauraban a Nuestro Padre Jesús de las Penas de la hermandad de la Estrella cuando Julián León, en ese momento hermano mayor de la hermandad de Escardiel de Castilblanco, con la complicidad de su amigo Paco Osorno, su par durante esos años en la hermandad de El Cachorro de Triana, se propuso que los prestigiosos profesionales de las Bellas Artes -conocedores de la obra del imaginero  Ruiz Gijón-  vieran al Cristo de los Vaqueros. La talla había sido localizada y recuperada sólo unos años antes para los castilblanqueños. La junta de Gobierno accedió a trasladar al Crucificado a la capilla de El Cachorro, donde se dispuso sobre una mesa de la sacristía,  y los Cruz de Solís se desplazaron para confirmar una premisa que intuían: aquel crucificado había salido de las mismas manos que concibieron al Cristo de la Expiración, a El Cachorro. Dos obras hermanas, frente a frente en Triana.

Un cristo muerto, libre de artificios

El de los Vaqueros es la imagen de un cristo herido que se presenta en la madera encarnada, macerada en la dehesa, con restos de su primitiva policromía. Es un cristo muerto, libre de artificios. Su valor permaneció oculto durante décadas entre repintes y añadidos ajenos a su concepción. Varias manos de pintura, los ojos tintados sobre sus párpados cerrados. Y un vagar sin rumbo de un lugar a otro desde su ‘extravío’ de la ermita de Castilblanco entre los años 1950 y 1965.

El de los Vaqueros es la imagen de un cristo herido, que se presenta en la madera encarnada, macerada en la dehesa, con restos de su primitiva policromía. Es un cristo muerto, libre de artificios. Su valor permaneció oculto durante décadas entre repintes y añadidos ajenos a su concepción. Varias manos de pintura, los ojos tintados sobre sus párpados cerrados. Y un vagar sin rumbo de un lugar a otro desde su ‘extravío’ de la ermita de Castilblanco entre los años 1950 y 1965, periodo en que la ‘cofradía de Escardiel’ queda sin actividad.

El estudio de los Cruz de Solís supone un espaldarazo para la posibilitar la restauración de la talla. Se lleva a cabo en 1997 en la sede del IAPH de La Cartuja, pero la intervención no estuvo exenta de ‘sustos’. Cinta y Eva, bajo la dirección de Pedro Castillo, fueron las encargadas de devolver al crucificado al aspecto en que lo ideó su escultor. Los expertos observan “un característico rostro de acusado rasgo lineal, nariz recta, ojos almendrados y pómulos salientes; el cabello está trabajado de forma coincidente a base de largos y finos gubiazos”.

Las revisiones al trabajo de los profesionales del IAPH tienen una periodicidad semanal y una vez avanzado el proceso de restauración, a oidos de la hermandad castilblanqueña llegan comentarios que invitan al desasosiego:  el crucificado había caído al suelo. No en una ocasión, en varias ocasiones: la talla aparecía al margen de los puntos de apoyo, a pesar de las prevenciones. A pesar de los elementos de sujeción y del protocolo que los profesionales del IAPH toman en cuenta en su intervención.

Preocupado, pero alertado por los comentarios de su suegra, que en alguna ocasión había comentado que el Cristo de los Vaqueros ‘se movía’, Julián León habló con el director de la intervención para confirmar los rumores, y hallar una explicación al respecto. “No queremos que pienses que no cuidamos a las imágenes” contó Pedro Castillo, “pero el Cristo de los Vaqueros se suelta de las gomas que le ponemos para fijarlo y se cae, ha pasado dos veces”. Sin la cruz, apoyado sobre una mesa, el cristo se daba la vuelta y caía boca abajo.

En un momento de la conversación, el director de la restauración hace una pregunta si el cristo ‘ha sufrido’. La cuestión, que pudiera parecer fuera de lugar, no toma por sorpresa al hermano mayor de la hermandad de Escardiel: “Le dije que sí, que mirase las perrerías que le habían hecho, las pinturas, los brochazos lo decían todo…. y Pedro reformuló la pregunta: que si había sufrido ‘como una persona’, y entonces recordé lo que me contó José el de Elías». En medio de la confusión de la Guerra Civil, al Cristo de los Vaqueros personas de fuera de la localidad «lo colgaron de una encina con una soga… en efecto, es un cristo que ha sufrido mucho”.

Ya en el año 1996 fue presentado en la Parroquia coincidiendo con los cultos en honor a la Virgen de Escardiel tras su recuperación, y fue hasta el crucero de fábrica situado en la nave del presbiterio  de la ermita de Escardiel, donde recibió culto desde su hechura en 1677.  Al paso de la comitiva por las calles del pueblo -camino de la dehesa de Escardiel-  la gente mayor daba voces al Cristo. Pedían que parase en su puerta.  «Ponía los vellos de punta», rememora Julián,  “la gente mayor del pueblo le tiene mucha devoción al Cristo de los Vaqueros, dicen que es muy milagroso”.

Con motivo de la celebración del año de la fe proclamado por el papa emérito Benedicto XVI en la Iglesia Católica, la imagen del Crucificado de los Vaqueros permanece en estos momentos en la capilla de Escardiel de la Parroquia de Castilblanco tras presidir en una inédita procesión el rezo del Via Crucis el pasado 23 de febrero. Las apariencias engañan: profesionales del IAPH constataron 16 años después de la intervención las óptimas condiciones del crucificado. Regresa a su retiro serrano el primero de mayo, para la celebración de la misa en honor a la Virgen de Escardiel en la explanada de la ermita.

El legado de Ruiz Gijón en Castilblanco

 

La última atribución

Expertos del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico han atribuido la imagen del Niño Jesús de la Iglesia del Divino Salvador de Castilblanco a Francisco Antonio Ruiz Gijón

El crucificado de Escardiel es el primero que se documenta de la obra del utrerano Francisco Antonio Ruiz Gijón (1653-1721). La autoría la constata el contrato para hacer un crucificado en 1677 (quizá por el deterioro del antiguo crucificado que se documentaba en la ermita).  Juan y Félix Lobo, inmersos en la búsqueda de documentos por un pleito de la propiedad de la ermita en los años noventa, encontraron el contrato entre la cofradía de Escardiel y Ruiz Gijón. Inesperadamente, ahí estaba la respuesta, en los archivos documentales. El imaginero tuvo su taller en la segunda mitad del siglo XVII en Castilblanco.

La relación del utrerano con este pueblo se remonta al 17 de enero de 1674, cuando contrató la ejecución de unas andas talladas en madera de cedro para la Cofradía Sacramental de la Parroquia. Hay constancia documental, sin embargo, de que legó otras imágenes y enseres como unas andas para la Virgen de Escardiel, en 1676, que no han llegado a nuestros días. El 9 de junio de 1680 firma el ‘Contrato para las hechuras del Buen y Mal Ladrón de la Cofradía de la Soledad de Castilblanco de los Arroyos’ . De la obra de Gijón en esta localidad de la Sierra Norte de Sevilla sólo ha quedado la certeza documentada y visible en el caso del crucificado de los Vaqueros.

La última visita de los profesionales del IAPH a la templo castilblanqueño deparaba, sin embargo,  una última sorpresa tanto por desconocida -en el aspecto documental- como por insospechada que estrecha aún más los lazos del insigne imaginero utrerano con la Sierra Norte de Sevilla. Los expertos coincidieron en atribuir la imagen del Niño Jesús, sita entre el altar de la Hermandad de la Soledad y el del patrón, San Benito Abad, a Ruiz Gijón.  El paso del Señor de los Vaqueros deja, así, su estela en la Parroquia del Divino Salvador con los ojos bien abiertos de un Jesús niño, esculpido con la misma gubia, que invita al rezo con el recuerdo de Escardiel.

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